En la muerte de Mariano Martí

Diseño: Alejandro Castro Acosta/Radio COCO.

 Por: ABEL ROSALES GINARTE


“No sé cómo salir de mi tristeza. Papá está ya tan malo que esperan que viva poco. ¡Y yo, que no he tenido tiempo de pagarle mi deuda, vivo!"

En carta a su amigo Manuel Mercado en enero de 1887, José Martí, el más universal de los cubanos, deja escapar su dolor. Se acerca el fin, su espíritu lo sabe. Su padre, Don Mariano Martí, natural de Valencia, España, sufre la ausencia de su primogénito y de la tierra que lo vio nacer.

Su alma se reparte entre las raíces españolas y la familia que creó en Cuba. Con sinceridad total Martí confiesa a su amigo mexicano: “Cuanto tengo de bueno, trae su raíz de él. Me agobia ver que muere sin que yo pueda servirlo y honrarlo”.

El poeta y revolucionario se encuentra en Nueva York, Estados Unidos, el 2 de febrero de 1887. Ese día Doña Leonor y sus hijas visten de luto. La noticia hiere en lo más profundo a José Julián. Otro dolor para su corazón maltratado.

“Mi padre acaba de morir, y gran parte de mí con él”, escribe a su amigo Fermín Valdés Domínguez. Un manatial de sentimientos se agolpan y Martí lo convierte en palabras salvadoras que expresan a Fermín: 

“Tú no sabes cómo llegué a quererlo luego que conocí, bajo su humilde exterior, toda la entereza y hermosura de su alma. Mis penas, que parecían no poder ser ya mayores, lo están siendo, puesto que nunca podré, como quería, amarlo y ostentarlo de manera que todos lo viesen, y le premiara, en los últimos años de su vida, aquella enérgica y soberbia virtud que yo mismo no supe estimar hasta que la mía fue puesta a prueba”.

Llora La Habana a Don Mariano y su llanto atraviesa el mar, abraza a su hijo y la historia crece. En los años siguientes José Martí continúa en sacerdocio ejemplar, concentrado en la lucha por la independencia de Cuba. No obstante,  su padre le acompaña en verso y pensamiento. 

En el periódico Patria el hijo reverencia la huella del progenitor. 

“Recuerda Patria a un empleado español que, en un domingo de mucha luz, cuando se iban acercando los días creadores del sesenta y ocho, se volvió al hijo de repente, y le dijo así: ‘Porque yo no extrañaría verte peleando un día por la independencia de tu tierra’: ¡y el que quiere hoy más a aquel empleado español, el que lo tiene a todas horas, en la sombra que hoy es, de compañía y de consejero, es un corazón cubano!”

Cuba no olvida al valenciano de mirada profunda que recibió con ilusión a su único hijo varón, y que años después deramó lágrimas terribles al verlo preso en las canteras de San Lázaro.

El noble anciano nos ha dejado las mejores lecciones de fe y confianza en el futuro. En la muerte de Don Mariano Martí, La Habana llora de ausencia. 

 

 

LLHM



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