Karoly Tákacs, tirador húngaro bicampeón olímpico. Foto: Sportco.io. |
Por: Víctor Joaquín OrtegaUn documental sobre el gran entrenador de judo Ronaldo Veitía motiva las siguientes líneas debido al impulso de sus certeras frases en contenido y forma, sobre todo aquella en que señala cuánto se sufre casi siempre para llegar a ser fuerte, de cuerpo y alma.
Aunque no sucede solo en lo deportivo, me enlacé de nuevo con la vida del tirador húngaro Karoly Tákacs, especialista en la pistola a 25 metros. Pues que venga ya la historia.
La granada estalla. Nacen comentarios: “Tuvo suerte, únicamente perdió la mano derecha. Pobre muchacho, con lo buen tirador que era; se le acabaron las competencias”. Transcurre el año 1938. En la cama del hospital, el suboficial del ejército magyar Karoly Tákacs, a pesar del accidente sufrido en unas maniobras, no piensa igual que quienes se lamentan. “Practicaré con la izquierda hasta que me vuelva zurdo”.
Su origen pobre y no pertenecer a los de arriba en un ejército de casta lo han llevado a conocer y enfrentar obstáculos difíciles. Nunca se ha amilanado ni cuando le irrespetaron su título de tirador emérito, no lo tenían en cuenta para los torneos y lo herían con burlas y castigos.
La envidia, aliada a la discriminación en esos golpes, como cuando ganó una justa militar y, en la fiesta de premiación, el general que entregaba las medallas lo miró despreciativo y se negó a estrecharle la mano. De contra, le impusieron 14 días de arresto por participar en una lid organizada para oficiales.
Se dio entero en cada práctica y se hizo zurdo por fin. Soñaba con asistir a los Juegos Olímpicos. Había finalizado la Segunda Guerra Mundial, pero le quedaba poco tiempo para perfeccionarse en su disciplina mucho más.
El gran certamen lo albergará Londres en 1948. Algunos escépticos opinan que le va ser imposible llegar a contender en la capital británica. “No estás listo todavía, tal vez para la próxima…”. Él responde con la voluntad, la confianza en sí mismo conducidas a los hechos. Lluvia, calor agotador, nieve, invierno, verano: Táckas en el campo de tiro. Después, cada noche, frente al espejo, antes de dormir repite varias veces la posición de apunte.
Por su calidad integra la representación del país a la magna cita: ha derrotado a los descreídos. Algunos no se dan por vencidos: “Pero de eso a conquistar una medalla y hasta ganar como asegura... ¡Está loco…!
Pero ese “loco” clasifica para la final. ¡Y la encabeza! Aunque, sin levantar el arma, se le escapó un tiro. Karoly, sereno, lejos del temor; su rival más cercano, el argentino Sáenz Valiente, tiembla, pero espera subir a lo más alto del podio. Su delegación ha protestado oficialmente basada en el balazo ido.
¡Sin efecto la petición! Karoly Táckas, campeón olímpico de Londres 1948 con récord mundial en su especialidad: 580 unidades.
Cuatro años después, en Helsinki, repite la victoria, ahora con 579. Obtiene otra alegría, su principal alumno, Szilárd Kum, quien rompió en tope anterior la marca del orbe, hasta entonces en poder de su maestro, ocupa el escalón plateado con 578.
El autor de una de las hazañas deportivas más extraordinarias de todos los tiempos dedicó fundamentalmente el resto de su existencia a formar los nuevos valores de su país en el tiro deportivo.
La granada estalla. Nacen comentarios: “Tuvo suerte, únicamente perdió la mano derecha. Pobre muchacho, con lo buen tirador que era; se le acabaron las competencias”. Transcurre el año 1938. En la cama del hospital, el suboficial del ejército magyar Karoly Tákacs, a pesar del accidente sufrido en unas maniobras, no piensa igual que quienes se lamentan. “Practicaré con la izquierda hasta que me vuelva zurdo”.
Su origen pobre y no pertenecer a los de arriba en un ejército de casta lo han llevado a conocer y enfrentar obstáculos difíciles. Nunca se ha amilanado ni cuando le irrespetaron su título de tirador emérito, no lo tenían en cuenta para los torneos y lo herían con burlas y castigos.
La envidia, aliada a la discriminación en esos golpes, como cuando ganó una justa militar y, en la fiesta de premiación, el general que entregaba las medallas lo miró despreciativo y se negó a estrecharle la mano. De contra, le impusieron 14 días de arresto por participar en una lid organizada para oficiales.
Se dio entero en cada práctica y se hizo zurdo por fin. Soñaba con asistir a los Juegos Olímpicos. Había finalizado la Segunda Guerra Mundial, pero le quedaba poco tiempo para perfeccionarse en su disciplina mucho más.
El gran certamen lo albergará Londres en 1948. Algunos escépticos opinan que le va ser imposible llegar a contender en la capital británica. “No estás listo todavía, tal vez para la próxima…”. Él responde con la voluntad, la confianza en sí mismo conducidas a los hechos. Lluvia, calor agotador, nieve, invierno, verano: Táckas en el campo de tiro. Después, cada noche, frente al espejo, antes de dormir repite varias veces la posición de apunte.
Por su calidad integra la representación del país a la magna cita: ha derrotado a los descreídos. Algunos no se dan por vencidos: “Pero de eso a conquistar una medalla y hasta ganar como asegura... ¡Está loco…!
Pero ese “loco” clasifica para la final. ¡Y la encabeza! Aunque, sin levantar el arma, se le escapó un tiro. Karoly, sereno, lejos del temor; su rival más cercano, el argentino Sáenz Valiente, tiembla, pero espera subir a lo más alto del podio. Su delegación ha protestado oficialmente basada en el balazo ido.
¡Sin efecto la petición! Karoly Táckas, campeón olímpico de Londres 1948 con récord mundial en su especialidad: 580 unidades.
Cuatro años después, en Helsinki, repite la victoria, ahora con 579. Obtiene otra alegría, su principal alumno, Szilárd Kum, quien rompió en tope anterior la marca del orbe, hasta entonces en poder de su maestro, ocupa el escalón plateado con 578.
El autor de una de las hazañas deportivas más extraordinarias de todos los tiempos dedicó fundamentalmente el resto de su existencia a formar los nuevos valores de su país en el tiro deportivo.
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