Rolando Garbey, te mantendremos vivo

Foto: Jit.

Por Víctor Joaquín Ortega


Escribir estas líneas sobre ti es difícil. Cada palabra duele, aún más cuando pongo tu nombre, Rolando Garbey, y agregue que has fallecido. Muevo la cabeza, hago una mueca y pienso: tenemos que mantenerlo vivo.

Vamos a ganarle la batalla a la muerte para que tus virtudes sigan estando en el cuadrilátero, no solo el deportivo, sino de la vida misma. ¿Quién dice que no es un combate? A mí me toca darte entero lo más posible a los lectores. Voy, aunque la tristeza lance su ofensiva.


Nuestra conexión fue más allá de la existente entre un periodista y un atleta desde tus inicios en La Habana, después de dar tus primeros pasos entre las cuerdas bien dirigido en Santiago de Cuba. Acá te puliste al ritmo de la Escuela Cubana de Boxeo, ese dar y que no te den de Kid Chocolate, ascendido a que no te dan y dar, más humano y más técnico, creado fundamentalmente por Alcides Sagarra.

Vamos a recordar, muchacho. Así te vi siempre, sin las lógicas canas, sin el paso del tiempo. No olvido cuando publiqué que le pusiste a la Escuela lo tuyo; le agregaste tu sentir, la adaptaste a tus condiciones. No por gusto el “Chócolo” me señaló: “Garbey sabe pelear, une al coraje, a la decisión, un estilo propio. No solo gana, da gusto verlo cómo lo logra, esa elegancia”.

Reporté el boxeo en los Juegos Centroamericanos y del Caribe en Panamá 1970. Seguí tu quehacer dorado allí en los 71 kilos. Favorito: eras titular panamericano de 1967. No fallaste. Le cogiste el gusto a lo más alto del podio en los Centrocaribes. Repetiste el alegrón en Santo Domingo 1974. No solo en esas fiestas: primer cubano con tres premios dorados en las citas del continente, no pudieron contigo tampoco en Cali 1971 y en Ciudad México 1975. 

Tus víctimas en las finales fueron… a ver, sí, aquí lo tengo apuntado, el mexicano Emeterio Villanueva y el canadiense Michael Prevost. Ahora, de los grandes a los que venciste fue el argentino Víctor Emilio Galíndez, a quien lanzaste al subtítulo en Winnipeg.

Galíndez, apodado “El Leopardo” de Morón, si bien fue eliminado rápido en los Juegos Olímpicos de 1968 mientras tú subías al peldaño plateado —de eso hablaremos después—, pero en cuanto pasó al profesionalismo el 10 de mayo de 1969 consiguió una carrera triunfal. Ganó la corona de los medio completos, el 7 de diciembre de 1974. La defendió victoriosamente en más de una decena de ocasiones.

Galíndez tuvo un récord de 55 peleas ganadas (34 por KO, dos empates, cuatro sin decisión y nueve derrotas.

En el 2002 fue exaltado al Salón Internacional de la Fama del Boxeo post morten. Murió el 25 de octubre de 1980 cuando participaba en su primera carrera automovilística. Actuaba como como copiloto y junto al piloto se bajó del carro averiado y fueron arrollados en la pista, por un vehículo descontrolado manejado por Marcial Feijóo.

Que sepan qué clase de rival superaste. Y jamás te pasó por la mente ingresar al mundillo pro. Nunca pusiste la barriga por delante. Y ¡cómo te vi cortar sabroso la caña cuando coincidimos en la Brigada A golpe de mocha, millonaria en la zafra de los Diez Millones, batidos en Jatibonico! Siendo púgil y entrenador, después del retiro, luchaste por convertir ese revés y cualquier otro en victoria.

Te lo prometí y lo cumplo, tu principal actuación, México 1968. Medalla de plata; nocao técnico en el primero al irlandés Eamon Mcusker; 3- 2 al alemán Detief Dhan; KO en el round inicial al inglés Eric Blake y decisión cuatro uno sobre John Baldwin de Estados Unidos en la semifinal. El soviético Boris Lagutin se impuso por el voto de los jueces en la final y te dejó en el segundo sitio.

En Montreal 1976 enlazaste uno de los premios de bronce. Acumulaste, más galardones: varios de tus alumnos supieron asimilar tus enseñanzas y vencer en diversas lides. Rolando, ahí te va una nueva promesa: con mis escritos trataré de mantenerte en combate. Nos haces mucha falta.                

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