Foto: Meridiano. |
Por Víctor Joaquín Ortega
¡Qué demonios podían importar las citas olímpicas o las panamericanas al venezolano Vicente Paúl Rondón, cuando su país estaba encadenado por la maldad y al tanto tienes tanto vales! La familia estaba obligada a batirse todos los días sobre el cuadrilátero de la miseria y aquel muchacho se vio obligado a despedirse de las aulas en cuarto grado y laborar para aportar algún dinero.Aprendiz de mecánico, queriendo escapar de tanta grasa y tanto sudor, la muy corta paga, hasta cierto odio a la sociedad que le hería, lo amargaba. De ahí su ligazón a la violencia. En su etapa dorada, mimado por la prensa y los seguidores, recordaba, según señala el periódico Meridiano del 1 de marzo de 1971: “Andaba de pelea en pelea… Buscaba pleito en todas las esquinas. Mi mamá me decía en broma: Mijito, si quieres peleas métete a boxeador…”, citado por Carlos Cárdenas Lares y Giner García en su atrayente libro Venezolanos en el ring, publicado por la Editorial Torino, en 1993.
Hizo verdad de dicha broma. Tenía 16 años al irse del hogar y radicarse en Caracas para buscar mayor fortuna. Muchos de quienes lo conocieron entonces, dicen que no se cansaba de repetir: “…para ser campeón mundial y ganar rial”. Nacido en Río Chico, el 29 de julio de 1938, lo animaba más ese objetivo que alcanzar la gloria. Trabajó en Telares los Andes para ir tirando y empezó a entrenar bajo la guía del profesor Juan Rivas.
Respondió al llamado del Servicio Militar, donde aprovechó su estancia de dos años: se pulió para la lid entre las cuerdas además de terminar invicto, por la vía del nocaut, en las 12 batallas en representación del seleccionado del ejército.
Al retornar a la vida civil, no solo practicó con mayor brío: efectuó 22 combates y en todos puso a dormir a los contrincantes. Miembro del equipo nacional, obtuvo la corona del país en la categoría pesada cuando noqueó a los pocos segundos del primer capítulo a Edgar Aponte. Abiertas para él, pues las puertas de los certámenes múltiples, mas no estaba interesado en ellos, ni hablar de los panamericanos o la olimpiada.
No le interesaba imitar a su paisano José García, quien actuó bajo los cinco aros en México 1968, vencido por él en la fase amateur y al que superó por el voto de los jueces en 12 rounds entre los profesionales, el 30 de mayo de 1969, para convertirse en inicial rey de los semicompletos en su país.
El 28 de junio de 1965 había celebrado su primer enfrentamiento profesional: propinó KO en el tercero a José Caraballo. Después, dispuso de 15 rivales por el camino del sueño. Solo tuvo un pleito nulo en esa etapa y entabló con el estadounidense Harold Richardson, el 2 de diciembre de 1967, en la capital boricua. Problemas para no sobrepasar el peso lo agobiaban: de los medianos pasó a los ligerocompletos en el 69.
Peores problemas tuvo por su indisciplina social y el resquebrantamiento del respeto indispensable al adiestramiento. Esa situación lo dañó. Llegaron reveses, hasta un fuera de combate sufrido. Levantó ante difíciles oponentes, aunque no estaba tan bien como expresaban los ciegos que no quieren ver, ni tan mal como comentaban los negadores de posibilidades de recuperarse. No cambió a pesar de vencer a Jimmy Dupree en la lucha por el reinado vacante de la Asociación Mundial de Boxeo, el 27 de febrero de 1971.
Supo salir de una aparente derrota por golpiza y noquear al oponente, Por esa victoria y las cuatro defensas exitosas del título lo seleccionaron el deportista del año en Venezuela en 1971, fue declarado Hijo Ilustre del estado de Miranda y le otorgaron varios reconocimientos hasta internacionales.
No obstante, los males espirituales y físicos lo continuaban destrozando, agigantados por la atmósfera de una sociedad horrible y el aire infestado de una especialidad con tanto de antihumano: los músculos manchados por los mercaderes, el espectáculo por encima de lo deportivo.
El siete de abril de 1972 llegó su debacle frente a Bob Foster, as del Consejo Mundial de Boxeo, por la unificación del título: Rodón fue anestesiado después de una paliza en el segundo asalto. Descoronado, soñando imposibilidades: “Subiré de peso y voy por Alí o por Frazier”. Habría muerto sobre el ring: no servía ni para sparring de los mencionados.
Varios encuentros de menor importancia, cada vez más bajas las entradas. Recibía más que daba. El 10 de julio, Ron Lyle lo noqueó en dos asaltos en Denver. A menos de dos meses, nueva intentona: perdió por decisión con Ernie Shavers. Cuesta abajo.
De nuevo en la miseria, ahora sin alas. Lo dejan de lado. Pocos se acercan a él. Ni mujeres, ni fanáticos lo miman como antes: solo le quedan pocos amigos, los de verdad. Nada pueden hacer por él. Ropa raída. Apenas ocultan su cuerpo también desgastado.
Con graves trastornes mentales, venidos del castigo entre las cuerdas, alimentados por el alcoholismo, quien fuera campeón fallece el 28 de diciembre de 1992. La vida lo noqueó.
Hizo verdad de dicha broma. Tenía 16 años al irse del hogar y radicarse en Caracas para buscar mayor fortuna. Muchos de quienes lo conocieron entonces, dicen que no se cansaba de repetir: “…para ser campeón mundial y ganar rial”. Nacido en Río Chico, el 29 de julio de 1938, lo animaba más ese objetivo que alcanzar la gloria. Trabajó en Telares los Andes para ir tirando y empezó a entrenar bajo la guía del profesor Juan Rivas.
Respondió al llamado del Servicio Militar, donde aprovechó su estancia de dos años: se pulió para la lid entre las cuerdas además de terminar invicto, por la vía del nocaut, en las 12 batallas en representación del seleccionado del ejército.
Al retornar a la vida civil, no solo practicó con mayor brío: efectuó 22 combates y en todos puso a dormir a los contrincantes. Miembro del equipo nacional, obtuvo la corona del país en la categoría pesada cuando noqueó a los pocos segundos del primer capítulo a Edgar Aponte. Abiertas para él, pues las puertas de los certámenes múltiples, mas no estaba interesado en ellos, ni hablar de los panamericanos o la olimpiada.
No le interesaba imitar a su paisano José García, quien actuó bajo los cinco aros en México 1968, vencido por él en la fase amateur y al que superó por el voto de los jueces en 12 rounds entre los profesionales, el 30 de mayo de 1969, para convertirse en inicial rey de los semicompletos en su país.
El 28 de junio de 1965 había celebrado su primer enfrentamiento profesional: propinó KO en el tercero a José Caraballo. Después, dispuso de 15 rivales por el camino del sueño. Solo tuvo un pleito nulo en esa etapa y entabló con el estadounidense Harold Richardson, el 2 de diciembre de 1967, en la capital boricua. Problemas para no sobrepasar el peso lo agobiaban: de los medianos pasó a los ligerocompletos en el 69.
Peores problemas tuvo por su indisciplina social y el resquebrantamiento del respeto indispensable al adiestramiento. Esa situación lo dañó. Llegaron reveses, hasta un fuera de combate sufrido. Levantó ante difíciles oponentes, aunque no estaba tan bien como expresaban los ciegos que no quieren ver, ni tan mal como comentaban los negadores de posibilidades de recuperarse. No cambió a pesar de vencer a Jimmy Dupree en la lucha por el reinado vacante de la Asociación Mundial de Boxeo, el 27 de febrero de 1971.
Supo salir de una aparente derrota por golpiza y noquear al oponente, Por esa victoria y las cuatro defensas exitosas del título lo seleccionaron el deportista del año en Venezuela en 1971, fue declarado Hijo Ilustre del estado de Miranda y le otorgaron varios reconocimientos hasta internacionales.
No obstante, los males espirituales y físicos lo continuaban destrozando, agigantados por la atmósfera de una sociedad horrible y el aire infestado de una especialidad con tanto de antihumano: los músculos manchados por los mercaderes, el espectáculo por encima de lo deportivo.
El siete de abril de 1972 llegó su debacle frente a Bob Foster, as del Consejo Mundial de Boxeo, por la unificación del título: Rodón fue anestesiado después de una paliza en el segundo asalto. Descoronado, soñando imposibilidades: “Subiré de peso y voy por Alí o por Frazier”. Habría muerto sobre el ring: no servía ni para sparring de los mencionados.
Varios encuentros de menor importancia, cada vez más bajas las entradas. Recibía más que daba. El 10 de julio, Ron Lyle lo noqueó en dos asaltos en Denver. A menos de dos meses, nueva intentona: perdió por decisión con Ernie Shavers. Cuesta abajo.
De nuevo en la miseria, ahora sin alas. Lo dejan de lado. Pocos se acercan a él. Ni mujeres, ni fanáticos lo miman como antes: solo le quedan pocos amigos, los de verdad. Nada pueden hacer por él. Ropa raída. Apenas ocultan su cuerpo también desgastado.
Con graves trastornes mentales, venidos del castigo entre las cuerdas, alimentados por el alcoholismo, quien fuera campeón fallece el 28 de diciembre de 1992. La vida lo noqueó.
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