Una cubana y el libro inmortal

Diseño: Alejandro Castro/Radio COCO.

Por: Abel Rosales Ginarte


El brillo de los ojos de la cubana estremece al paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, provincia de Madrid, España. El jurado del Premio Cervantes de Literatura 1992, el más importante para autores en lengua española, ha desechado a reconocidos autores como José Donoso, Mario Vargas Llosa, Camilo José Cela o Miguel Delibes.

El nombre de la poeta y escritora habaner, Dulce María Loynaz se impuso con la fuerza arrolladora de un huracán caribeño. A sus 89 años y con una vida dedicada a la literatura como sacerdocio, mantiene su fe intacta.

El 5 de noviembre de 1992, el Rey Juan Carlos I le entrega la medalla y la Academia Cubana de la Lengua se regocija.

Dulce María es la segunda mujer que recibe tan alto reconocimiento, le antecedió la española María Zambrano, filósofa y ensayista. El primer autor latinoamericano fue nuestro, Alejo Carpentier, en 1977. Los cubanos lideran la lista del “Nobel en lengua española”, en la región.

“Constituye para mí el más alto honor a que pudiera aspirar en lo que me queda de vida, el que hoy me confieren ustedes uniendo mi nombre, de algún modo, al del autor del libro inmortal. Unir el nombre de Cervantes al mío, de la manera que sea, es algo tan grande para mí que no sabría qué hacer para merecerlo, ni qué decir para expresarle", escribe la cubana en un discurso de agradecimiento que leyó el también poeta cubano, Lisandro Otero.

Desde su silla de ruedas, “La Loynaz” sonríe y con ella el universo literario cubano, las voces de sus hermanos y el recuerdo de su padre el general del Ejército Libertador contra la metrópoli española, Enrique Loynaz.

Por su casa en La Habana pasaron los autores más grandes de su tiempo como Alejo Carpentier, Gabriela Mistral, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez y su esposa, la traductora Zenobia Camprubí y muchos otros.

“El extraordinario pensador de la América Hispana, José Martí, sentenció una vez: Los hombres se miden por la inmensidad que se les opone”, continua el discurso de la habanera en plena conexión con el gran patriota cubano al que supo venerar con su obra.

Anclada a su tierra para siempre entendió a la nación caribeña como el remanso para estar cerca de los suyos, para continuar en pleno desafío a los cambios y mantener el cetro de la palabra entre sus dedos.

Tal como el libro inmortal del autor español permanece en la memoria del mundo, Dulce María Loynaz ocupa ese sitio que la eternidad otorga a los que se aferran a sus raíces.

Ella entiende a Cuba con todo el fervor de su espíritu: “Isla mía, Isla Fragante, Flor de islas: tenme siempre náceme siempre, deshoja una por una todas mis fugas. Y guárdame la última, bajo un poco de arena soleada… ¡A la orilla del golfo donde todos los años hacen su misterioso nido los ciclones!”.

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