Foto: Prensa Latina. |
Por Víctor Joaquín Ortega
Mi amigo Carlos Félix Alonso Villasuso, al presentar la primera edición del libro Escuela Cubana de Boxeo, de la autoría del profesor Alcides Sagarra, uno de los mejores entrenadores cubanos de todos los tiempos, profundizó aún más en el texto que había editado, sin limitarse al quehacer del ring.
La obra va mucho más allá del jab y el gancho, pues quien la escribió señalaba que su labor forjadora se basaba en gran medida en “enseñar a pensar”.
Alonso Villasuso confesó en aquella presentación: “Cuando trabajaba el manuscrito de Alcides pasaba por una situación muy difícil. Una de esas que nos sorprende la vida y de pronto quedamos como vacíos. Mucho me ayudó a superar la situación su lectura”. Hizo hincapié en la página dedicada a Los 10 mandamientos de todo boxeador, según Sagarra, y afirmó la efectividad de estos de ser adaptados creadoramente en su esencia a cualquier ámbito de la vida. Aliméntese con ellos: ahí les van.
Uno: entrenaré cuidadosamente y con ahínco para participar en todas mis competencias y no ser nunca el más débil. Dos: sé que aún no lo sé todo sobre el boxeo y escucharé con atención lo que me indique mi entrenador (el endiosamiento destruye la grandeza atlética).
Tres: tendré siempre presente que sobre el cuadrilátero no hay rivales débiles y el descuido se paga caro. Cuatro: subiré al cuadrilátero con decisión y dispuesto a emplear todos los conocimientos aprendidos y combatiré con valor e hidalguía.
Cinco: me comportaré en todo momento respetuoso con mi rival y, si la victoria no me sonríe, no me mostraré agraviado. Seis: si me golpean con rudeza me esforzaré por no perder mis estribos y mostraré que estoy preparado física y mentalmente para esa eventualidad. Siete: mantendré todas mis energías alertas en el combate y recordaré que un golpe bien conectado vale más que mil errados.
Ocho: si soy derribado por golpes no me incorporaré con prontitud para así emplear con plenitud el descanso que en esas circunstancias autoriza el reglamento. Nueve: no quitaré ni un segundo mis ojos del adversario durante mi combate y aprovecharé cuantos errores cometa para vencerlo. Diez: me esforzaré mucho en los entrenamientos para que en mis combates ser quien imponga las condiciones.
En aquella exposición, Villasuso expresó: “La Escuela Cubana de Boxeo no forma solo boxeadores, forja hombres, ciudadanos, gente lista para no bajar la cabeza”. Su creador principal lo sabía: con el alma por debajo de la calidad deportiva, incluso un gran as poco valía como persona y, tarde o temprano, sus medallas languidecerían en una vitrina.
Martiano, sobre todo con los hechos de su exsitencia, Sagarra había aprendido que el talento separado de la virtud debía ser quemado en el fondo de una cueva con hierro candente.
Alonso Villasuso confesó en aquella presentación: “Cuando trabajaba el manuscrito de Alcides pasaba por una situación muy difícil. Una de esas que nos sorprende la vida y de pronto quedamos como vacíos. Mucho me ayudó a superar la situación su lectura”. Hizo hincapié en la página dedicada a Los 10 mandamientos de todo boxeador, según Sagarra, y afirmó la efectividad de estos de ser adaptados creadoramente en su esencia a cualquier ámbito de la vida. Aliméntese con ellos: ahí les van.
Uno: entrenaré cuidadosamente y con ahínco para participar en todas mis competencias y no ser nunca el más débil. Dos: sé que aún no lo sé todo sobre el boxeo y escucharé con atención lo que me indique mi entrenador (el endiosamiento destruye la grandeza atlética).
Tres: tendré siempre presente que sobre el cuadrilátero no hay rivales débiles y el descuido se paga caro. Cuatro: subiré al cuadrilátero con decisión y dispuesto a emplear todos los conocimientos aprendidos y combatiré con valor e hidalguía.
Cinco: me comportaré en todo momento respetuoso con mi rival y, si la victoria no me sonríe, no me mostraré agraviado. Seis: si me golpean con rudeza me esforzaré por no perder mis estribos y mostraré que estoy preparado física y mentalmente para esa eventualidad. Siete: mantendré todas mis energías alertas en el combate y recordaré que un golpe bien conectado vale más que mil errados.
Ocho: si soy derribado por golpes no me incorporaré con prontitud para así emplear con plenitud el descanso que en esas circunstancias autoriza el reglamento. Nueve: no quitaré ni un segundo mis ojos del adversario durante mi combate y aprovecharé cuantos errores cometa para vencerlo. Diez: me esforzaré mucho en los entrenamientos para que en mis combates ser quien imponga las condiciones.
En aquella exposición, Villasuso expresó: “La Escuela Cubana de Boxeo no forma solo boxeadores, forja hombres, ciudadanos, gente lista para no bajar la cabeza”. Su creador principal lo sabía: con el alma por debajo de la calidad deportiva, incluso un gran as poco valía como persona y, tarde o temprano, sus medallas languidecerían en una vitrina.
Martiano, sobre todo con los hechos de su exsitencia, Sagarra había aprendido que el talento separado de la virtud debía ser quemado en el fondo de una cueva con hierro candente.
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