Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate. |
Por: Leydis Luisa Mitjans
La Habana de noche es un espectáculo: sus lugares, a la luz de la luna, tienen dueños. Las calles, los bares -o más bien dicho- los distintos tipos de bares, los parques, los barrios, el malecón. La Habana de noche es un espectáculo que esconde -ironÃa- la oscuridad del dÃa, para mostrar sus propias oscuridades, su propia belleza.
Muchos la prefieren asÃ, donde, entre el misterio y las luces artificiales, la capital llega a parecer, incluso, lo que no es: una ciudad moderna, una ciudad con vida nocturna. A esas horas los edificios se perciben más majestuosos y las grietas de todo "un estado de ánimo" son menos perceptibles.
También, de noche, hay un silencio sobrecogedor, aburrido, relajante. Las noches de La Habana, en verdad son muchas noches. Son las noches de todas Las Habanas que tiene la capital. Son las noches de los pijos, de los bohemios, de los repas, de los pobres, a quienes ahora llamamos vulnerables, como si el eufemismo pudiera reducir la condición de pobreza. Las noches, igualmente, son de los privilegiados.
Desde el muro del malecón las he llamado las noches espejos. Desde ahÃ, una ve un poquito de todo: de todos los tipos de lugares, de todos los tipos de gente, de todos los tipos de ciudad. Incluso, una puede hasta jugar a las adivinanzas con la vida de los otros. Y yo he pensado siempre que no es lo mismo sentarse de frente que de espaldas al mar.
Tal vez la gente que mira el mar siga buscando respuestas y la gente que mira la ciudad tiene más claro su lugar en la lucha de la vida. Aun asÃ, uno puede, también, mirarlo todo.
Foto: Abel Padrón Padilla/Cubadebate. |
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