Antón Arrufat, hace casi dos años, en su casa habanera. Foto: David González del Valle/ Periódico Trabajadores.
Por: Abel Rosales Ginarte
No se lo comentó ni a sus más cercanos, ni a las sombras de la madrugada que se llevaron su último suspiro para siempre. Antón Arrufat ha muerto y con él una parte de la sensual y atrevida magia de la ciudad. Me lo presentaron en las páginas de un libro y él se acomodó en algún rincón de mis días para siempre. "Meditaba estas cosas en el ómnibus: se ama a una ciudad, se vive en ella con la certeza de que nosotros nos vamos un día cualquiera, pero esa casa, la reja de esta puerta, el patio descubierto en medio de la conversación, sé que recibirán a otros y otros los verán".
La flecha del duende, el golpe de ese abismo solitario del poeta se instauró en una noche memorable. Leímos a Arrufat, Premio Nacional de Literatura 2000, con la avidez del forastero que atraviesa el desierto y lo sorprende un oasis. El río de Heráclito es un poema de 1969 que en estas horas de adiós vuelve a desafiar las sombras.
Paladín de imposibles, Antón se atrevió a todo o casi todo y salió siempre airoso. Obras teatrales de exquisita factura y poemas impresionantes que se van amoldando al espíritu de la gente salieron de sus garras benevolentes e impuras.
La noche del 21 de mayo de 2023 volví al murmullo del mar, aventurero, rebelde y siempre abierto a las emociones. Anduvimos el mismo río de la primera vez. "Busco la ciudad en el agua de los cristales, y la contemplo humana, fluyente. Nada distingue a mis huesos del arado, a tu espalda de la ciudad. Y cuanta ternura por las cosas que fluyen".
El agua trasciende a lo divino, porque fluye sin parar, se nos escapa entre los dedos del adiós y nos deja el sabor de lo auténtico. Este segundo domingo del tercer milenio sin él, regreso a sus líneas inmortales, que como las rejas de la ciudad, otros aprenderán a amar con el mismo ímpetu del guerrero que saca su espada y sonríe a la ciudad.
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