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Por Pedro Ríoseco/Granma
«Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso», afirmó José Martí en carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado, para «impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América».
El gran apetito imperialista de Estados Unidos, luego de despojar a México de los territorios de Texas, Nuevo México y Alta California, tras una cruenta guerra y obligarlo a firmar el Tratado de Guadalupe Hidalgo, en 1848; y comprar Alaska al imperio ruso, en 1867, necesitaba dominar a Cuba para proteger sus planes de un canal interoceánico por Panamá, vital en su expansión comercial, y que sirviera de retaguardia a sus flotas en el Atlántico y el Pacífico.
Una estación carbonera en Manila, cerca de China, completaría su propósito. Pero España, en posesión de Cuba, Puerto Rico y Filipinas era un obstáculo que Washington se propuso eliminar.
Ante los agresivos planes yanquis sobre la Mayor de las Antillas, Martí delineó «La revolución de independencia, iniciada en Yara después de preparación gloriosa y cruenta, ha entrado en Cuba en un nuevo periodo de guerra», según el Manifiesto de Montecristi, que redactara nuestro Apóstol en esa ciudad costera dominicana, el 25 de marzo de 1895.
Ese concepto de «revolución de independencia» era para Martí la explicación de que la lucha armada era parte de un proceso mayor, que solo podría lograrse de manera definitiva y verdadera tras el triunfo, como ocurrió después con la Revolución triunfante el 1ro. de enero de 1959, tras 64 años de su heroica muerte en combate.
Sin duda, fue Martí quien encontró la solución adecuada para lograr la unidad de todas las fuerzas independentistas al fundar el Partido Revolucionario Cubano (PRC), en 1892, luego de 24 años de lucha, desde 1868, en los que divisiones internas y disputas entre los poderes civiles y militares del Gobierno de la República en Armas llevaron al fracaso a las dos guerras anteriores.
El PRC fue un mecanismo de unidad, tanto dentro del país como en la emigración. Su objetivo no era simplemente alcanzar el control del Estado, sino impulsar la lucha armada para eliminar la subordinación colonial, con una revolución en la sociedad que debía romper las estructuras, los modos de vida y la cultura social de cuatro siglos de colonia.
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El 29 de enero de 1895, solo 21 días después del fracaso de la expedición de La Fernandina, el Héroe Nacional cubano redactó y firmó la orden de alzamiento para reiniciar en Cuba la guerra de independencia contra el colonialismo español, cuya victoria fue arrebatada a nuestros mambises por la intervención de ee. uu. cuando la guerra contra la metrópoli colonial estaba casi ganada.
Tras el levantamiento independentista del 24 de febrero de 1895, Martí desembarcó por Playita de Cajobabo, el 11 de abril de ese año, para estar en la primera fila en el combate, consecuente con sus ideas y convicciones, acompañado por el Generalísimo Máximo Gómez, electo como General en Jefe del Ejército Libertador, tras una consulta con los principales jefes de la Guerra de los Diez Años y la llamada Guerra Chiquita.
«Ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber», decía en su carta a Mercado el Apóstol en el campamento de Dos Ríos, el 18 de mayo de 1895, pocas horas antes de morir combatiendo al colonialismo español, admitiendo que «en silencio ha tenido que ser, y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin».
Por eso, cuando cayó el primer combatiente en 1895, lo hizo por la independencia de Cuba y por el «bien mayor del hombre, la confirmación de la república moral en América y la creación de un archipiélago libre», como escribió el Apóstol en las páginas finales del Manifiesto de Montecristi, precursoras del espíritu internacionalista y antimperialista que caracterizan a la Revolución Cubana.
Han pasado 128 años desde el inicio de la llamada Guerra Necesaria; pero las preocupaciones de Martí conservan plena validez hoy, porque el enemigo, que entonces frustró el triunfo independentista en 1898, con su intervención en la guerra hispano-cubana, es el mismo que bloquea económica, comercial y financieramente a Cuba desde hace más de seis décadas, y tenemos, como entonces, anexionistas solapados dispuestos a congraciarse con el vecino imperial.
Firmeza, valentía, optimismo, resistencia, análisis realista y convicción de que la unidad sigue siendo la única forma de vencer frente a un enemigo poderoso como EE. UU., es la enseñanza martiana, legada para construir una Patria soberana y próspera, «con todos y para el bien de todos», que tiene como base el antimperialismo inquebrantable del autor intelectual del Moncada.
Tomado del Periódico Granma
AMC