José María Pérez desde su eternidad proletaria

Foto tomada de Twitter. 

Por: Víctor Joaquín Ortega

José María Pérez está en la calle. Noviembre 20 de 1957. Un ligero disfraz. Demasiado ligero. Se sabe perseguido y condenado a muerte por Fulgencio Batista. Tiene que salir. La progenitora está enferma y debe verla. Aunque no podrá ser por mucho rato. Tiene que continuar con sus misiones en esta lucha por la madre de todos los cubanos decentes: la patria. Hay que arrancarle las cadenas.

Desde muy joven combatió por lograrlo. Frente al gobierno de Gerardo Machado. Frente a tantos desgobiernos corruptos que esconden tras una falsa democracia el crimen. José María… desde las filas sindicales. En la base. En los Ómnibus Aliados. Fundador de la Federación de Trabajadores de La Habana y de la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC). Como legislador: representante a la Cámara por su partido: el Comunista. Ante todo: un comunista.

Ahora sustituye a Lázaro Peña, secretario general de la CTC, a quien la tiranía le negó la entrada al país cuando retornó de su viaje al extranjero, donde defendió al proletariado del planeta en su cargo de vicepresidente de la Federación Sindical Mundial. Los guerrilleros han pedido a José María que se les una en las montañas insurrectas. Por su visión y su quehacer. Por su labor unitaria. Mas cumple con la labor orientada por su partido.

Lo han encarcelado varias veces. Está quemado como se dice en el leguaje revolucionario en estos casos. El acoso lo muerde cada vez más fuerte. "El trabajo era intenso. Apenas pasaba por la casa. A veces nos encontrábamos en la calle, en cualquier lugar, nos tenían chequeados constantemente. La policía y el Buró de Represión de Actividades Comunistas (BRAC) no nos perdían pie ni pisadas, pero había que seguir la lucha", expresó la esposa del héroe recordando los años tan terribles del marzato a la periodista Alina Martínez Triay del periódico Trabajadores el 13 de noviembre de 2017.

Volvamos al 20 de noviembre de 1957. José María camina por la intersección de Belascoaín y Carlos III. Si uno pudiera retraer el tiempo y decirle a este hombre: cuidado, dobla por allí, vete por allá, varios enemigos están cerca. Pueden reconocerte. Salva tu vida. Te necesitamos. Ah, esos ensueños imposibles…

Varios agentes del BRAC lo detectan. Detenido. Hacia los golpes. Hacia la tortura. Hacia la muerte. Martínez Triay profundiza: "Nunca más supimos de él, fue como si se lo hubiera tragado la tierra. Recorrí todas las estaciones de policía, las dependencias represivas posibles, hice gestiones a todos los niveles. Nadie aportaba nada. Nadie sabía nada". Así recordaba Irene Rodríguez, militante comunista y sindicalista, el angustioso peregrinar para conocer el paradero de su esposo José María Pérez.

"No fue hasta después del triunfo revolucionario de enero de 1959 que se supo cómo habían sido los últimos días del recio luchador. Había caído en manos del sanguinario Julio Laurent, jefe del Servicio de Inteligencia Naval, organismo de vigilancia y represión de la Marina de Guerra.

Este personaje trabajaba en estrecho contacto con el asesino Esteban Ventura y operaba fundamentalmente en La Chorrera. Ambos al derrumbarse el régimen se refugiaron en Estados Unidos. Jamás los extraditaron para ser juzgados como merecían. Eran fichas propias del imperio.

Otro esbirro, apodado el Rana, durante el juicio que se le seguía, informó que en una casa de botes en la margen este del río Almendares resguardaban embarcaciones de personeros del régimen y hasta del propio Batista. En esa edificación estaba la que manejaba ese individuo.

"Al ver una foto de José María, que le mostró Irene, el acusado lo reconoció como el hombre que estuvo cuatro días ferozmente golpeado en la nave donde guardaba la lancha, y al manejarla hacia su fatídico destino comprobó por el espejo de esta cómo lo lanzaban a las profundidades". 

YER

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