Por Víctor Joaquín Ortega
Foto: Score Sport Magazine.
Existe cierta confusión en cuanto al nacimiento del primer cubano campeón mundial de boxeo. En la enciclopedia boxística The Ring aparece el 6 de enero de 1907, fecha en la que vio la luz por vez primera Eligio Sardiñas, “Yiyi” en su niñez, y en su esplendor y para siempre como su pueblo lo llama: Kid Chocolate.
Pero realmente, el Kid nació el 28 de octubre de 1910 en la populosa barriada habanera del Cerro, en Santa Catalina 6, entre Piñera y Lombillo.
El error parte de esta realidad: aquella fecha corresponde a la escogida por el Chócolo y su manager, LuisFelipe “Pincho” Gutiérrez, para reinscribirlo en el juzgado municipal de San Isidro, entre Compostela y Picota, Habana Vieja, y así se estableció en los documentos oficiales cuando en 1928, junto a Juan Antonio Herrera, Relámpago Sagüero, Gilberto Carrillo y Juan Cerero partió hacia Nueva York, al integrar la cuadra dirigida por Gutiérrez.
Lo hicieron porque para pelear más de cuatro rounds en la Babel de Hierro los púgiles debían tener como mínimo 21 años cumplidos y en este, su primer viaje, el novato —quien se convertiría en la estrella— solo tenía 18. Y el director del grupo y el joven deportista estaban apurados en busca de buenas bolsas. Y en los combates pequeños no florecía el dinero y la fama para ganar mucho más todavía.
Yiyi estaba muy apurado. Huérfano de padre a los cinco años de edad: a Salomé, obrero de obras públicas, la tuberculosis se lo llevó temprano. La madre del muchacho y sus cinco hermanos, se mataba las manos al lavar cotidianamente por unos cuantos pesos una loma de ropa que emulaba con la Sierra Maestra. Las niñas, Catalina, Cruz María y Meme, al espigar un poco, domésticas. El mayor, Domingo, probaba en el boxeo, bajo el nombre de Kid Chocolate, y cogía más golpes que ganancias
El fallecimiento del progenitor, además del dolor por su partida, trajo menos entrada para la casa. Y a mudarse para un sitio más barato para que no les pusieran los muebles en la calle: una habitación interior de la calle Magnolia entre Parque y Bellavista, en la misma barriada.
Pronto Yiyi se despidió de las aulas para aportar lo que pudiera al hogar como vendedor de periódicos, limpiabotas, inventando hasta lo inimaginable para sobrevivir.
Le tumbó entonces la profesión de tira golpes y el apodo al hermano y a pelear; rápido paso por el amateurismo —siempre vitrina para las trompadas pagadas— y se profesionalizó. Observando a los boxeadores extranjeros actuar y entrenar en la capital, aprendió y, sobre esa base, creo. ¿Quién les iba a decir que aquel pequeño escogido como una mascota por ellos los iba a superar en calidad y gloria e incluso lograría dos coronas del orbe?
El Chócolo, galgo que atrapó a la liebre en la carrera de la vida, mientras la mayoría quedaba alejada de la meta, muchos hasta con los cráneos destrozados, fue feliz e hizo feliz a su familia durante cierto tiempo
Pero no salió ileso de ese mundillo asqueroso del profesionalismo que ni a los grandes perdona y en sus extremos hasta asesina. Las limitaciones culturales, y físicas, su desapego a los entrenamientos, la existencia lacerada por el exceso de bebidas alcohólicas, la entrega en demasía a lo sexual sin cuidado que lo llevó a contraer sífilis… birlaron antes de tiempo la luz atlética especial de un hombre bueno, mas de vida desordenada.
Elio Menéndez y yo en el libro sobre este as lo sintetizamos así en varios párrafos: “Este intercambio de golpes con la vida, el peligroso acercamiento al bajo mundo de una Habana podrida, esta niñez desprovista de escuela y estímulos, contribuyeron a deformar la personalidad del Kid, quien no podría escapar de sociedad que lo devoraría con el mismo ímpetu con que un día lo había encumbrado”.
El nacido en el Cerro ganó el cielo a puñetazos, pero de allí bajaría con la misma velocidad que ascendió. Era otra la sociedad, otros los conceptos. Si su personalidad y su gloria no sucumbieron plenamente se debió a su brillo inigualable como boxeador y por su bondad, aunque tuvo imperfecciones.
Chocolate fue de los que pueden perder, pero nunca son derrotados. Volvió a vivir con toda la voz, con todo el amor crecido, en la patria nueva.