José Ramón Rodríguez, con el kimono bien puesto

José Ramón Rodríguez. Foto: Jit.
Por Víctor Joaquín Ortega

José RamónRodríguez López, con su kimono puesto, su está frente a mí. Su foto mira desde el buró. Me la obsequió Adalberto Herrera, su biógrafo, fallecido hace varios años.   

Rodríguez nació y creció en un hogar donde se fomentaba la bondad cotidianamente. En la belleza de su juventud, bailó, cantó, compitió atléticamente, se deleitó con la lectura, la televisión y el cine, amó. Participaba, y era razonable, de tales goces sin caer en excesos.

Nunca perdió la ruta esencial que permitiría disfrutar la dicha a las mayorías más cerca de la plenitud. El deporte aumentó su regocijo, lo disciplinó, le fortaleció físico y carácter.

Judoca cinta negra primer Dan (llegó al segundo), a los 17 años, no se aferró al uchi mata, ni al primero de hombro: sus habilidades resultaron arma contra las injusticias y enseñó todo lo que pudo de este arte marcial a compañeros de contiendas supremas.

Creador y jefe del grupo de acción célula 8,  del Movimiento 26 de Julio, organizaba la guerra indispensable contra la tiranía. No se limitó a la contienda directa y ganó a jóvenes de diversos barrios para la causa. Por su forma de bregar le llamaban “El Temerario”.

Ya en la Universidad de La Habana, ese bastión de la dignidad, estudiante de arquitectura, comprendió y se  aproximó a José Antonio Echeverría. Era su camarada de batalla, cada uno en su trinchera, con la misma concepción de transformar la patria al desbrozar el camino hacia las raíces y liberarla.

7 de agosto de 1957. Una perseguidora. Intentan apresarlo. Voltea a un esbirro y le quiebra un brazo; a otro, lo lanza contra el piso. Un tercer polizonte que aguarda en el carro lo hiere de un balazo en la ingle. Pese a su resistencia, los tres tipejos lo montan en el carro y echan a andar. Horas después, aparece en el Hospital de Emergencias con un disparo en la cabeza. Fallece el 11 de ese mes.

El ataúd que alberga su cadáver, cubierto con la bandera de la estrella solitaria, es alzado y seguido por compañeros de lucha y de estudios mientras entonan el himno de Perucho Figueredo

¿Quién dice cadáver? Tanta vida hay en él: si había nacido el 17 de agosto de 1937, aquel 11 de agosto iba hacia la inmortalidad. No una supervivencia de efigie o lámina, dibujo o foto en un mural: en la primera línea del quehacer que llevó a la libertad y la conserva. Lo necesitamos.

Publicar un comentario

Artículo Anterior Artículo Siguiente