Por Víctor Joaquín Ortega
Humberto Sierra en una pelea frente Diego Sosa. Foto: Boxring.com.
Elio Menéndez me habló del caso con tanto sabor que vi a Humberto Sierra intercambiando golpes en el ring. Mi imaginación, enriquecida por la narración del destacado periodista, me condujo de la realidad de la oficina a ese lugar y a esas acciones. Después convertí en un personaje de mi novela testimonio El látigo del jab sobre los rostros (Editora Abril, 1986), dedicada a Elio y Miguel Barnet.
Ahora sintetizó para ustedes el citado texto, lo llevo al presente y con una visión periodística sin eludir pasos literarios: los necesito, fortalecen, fijan. Acompáñenme. El amor por el deporte no fue el principal impulso. Quería vencer la muy desgarrada situación económica de la familia.
Las aulas a un lado sin terminar la primaria. Intentaba vivir mejor al entrar por una ventana o un resquicio. El portón estaba cerrado para gente como él.
Fuerte, resistente, corajudo, de velocidad en las manos y las piernas, asimilador de la técnica del duro oficio, no le interesaba el Olimpo. Ante todo, los frijoles. Corto amateurismo y a cobrar por los intercambios de puñetazos. El brillo lo llevó hacia la Florida y California. Gustó.
El clímax: el tres de octubre de 1947 le ganó por decisión al marrullero Sandy Sadler, verdugo de dos compatriotas de Sierra ese mismo año: K0 a Lino García en cinco el 23 de octubre y en tres el cinco de diciembre La víctima restante, Orlando Zulueta, perdió por el voto de los jueces.
El estadounidense, nacido en junio 25 de 1926, obtuvo la corona mundial feather al noquear en cuatro a Willie Pep (nombre real, William Papaleo) el 29 de octubre de 1948. Envejecido más que viejo, (nació el 19- 9-1922), por los golpes recibidos, su vida licenciosa, ligada a la droga y la mafia. Empezaba a ser sombra de la maravilla que fue.
Aunque recuperó el trono frente a su eterno rival el 11 de febrero de 1949 por decisión, se quedó sin ella en la revancha por la vía del sueño (9- 8-1950) y no pudo volver a ocuparlo cuando Sadler lo anestesió en septiembre 26.
Pep era considerado entonces el tercer pluma de todas las épocas; Sadler, el octavo. Ambos terminaron muy mal. El segundo, con graves problemas en la visión por los puñetazos recibidos. Contra estas fieras se batió el nuestro dignamente. Willie lo superó por la ruta de los jueces en 10: julio 23 de 1947. A partir de ahí, su declive alcanzó.mayor velocidad. Volvieron a enfrentarse (24-2-1948) y al cubano lo pusieron a dormir.
El deterioro lo había atrapado cuando volvió a La Habana, luego de realizar algunos combates de bajo nivel atlético y económico. Le confesó a algunos amigos que pensaba poner un negocio con algún dinerito. Volvió a la Florida en busca de plata en una lid con un novato prometedor. Tablas: 10 000 dólares. No se lo dieron de inmediato. Le aseguraron que se lo enviarían. Promesa incumplida Hacia la promesa.
Desde mucho antes le habían jugado muy sucio. Algunos señalan que el verdadero manager de Humberto era Lou Visconsi y no Tony de Tardo Otros dicen que tras bambalinas mandaba Willie Pep. Sea como sea, lo usaron como una naranja, le sacaron todo el jugo posible, y lo dejaron en hollejo.
“Todo este lío lesionó la mente de la víctima: y lo envió al Hospital Psiquiátrico de Mazorra. Clamaba por su dinero. Era difícil sacarlo del mundo callado en que se metía, sentado en un sillón, estuviera en la instalación o en el hogar “, según Elio. Así hasta la muerte. Aquel golpe bajo, más duro que cualquiera de los recibidos en el cuadrilátero, fue demasiado para Humberto Sierra.