Amigo puro que no desaparece: ¡Jesús!

Jesús Menéndez Larrondo. Imagen tomada de Trabajadores.

El joven está aprendiendo a ser machetero voluntario. Lo que equivale a que las ampollas de su mano diestra le duelan como diablo. Por consejo de algunos se la ha orinado a ver si las laceraciones se vuelven callos. Locuras de un burguesito que quiere graduarse de cañero. Hasta algunos arañazos le ha regalado el cañaveral a los antebrazos. Ni la cara escapa. Y la letrina, el frío, la neblina, esas levantadas, las caminatas... Y suda, suda, suda. Y vence, vence, vence al cansancio. "Hacia adelante que no voy a ser menos en este campamento".

Aquella noche, a la luz de un candil, un veterano lo estremece, pica caña como un condenado! Es muy difícil seguirle el paso. "¡Cuántas tongas la de este hombre, cará (...)!"

Después de algunos chistes y recuerdos gratos, se encamina hacia un lugar muy sagrado: ¡su voz acoge a Jesús Menéndez! Lo conoció. Cuando quien narra era un chamaco, cortaron caña juntos.

“Era bravo, duro y respingao como ninguno contra lo malo. Muy negro, azul de tan negro. Y rojo: un comunista. Me parece estarlo viendo como aquella vez, ya un dirigente sindical tremendo, un legislador, me visitó,  ¿qué iba a saber yo que sería la última vez que lo vería? Con su guayabera blanquísima, un pantalón carmelita y los zapatos baratos se apareció en mi bohío. Me puso la mano en el hombro y me preguntó: ¿Hay mucha hambre? Le contesté después de un cafetazo. “¡Carijo, Jesús...!” Él sabía lo que le quería decir con mi respuesta. Ambos nos reímos entonces.

Y él fajado contra esa hambre de los más, de los que de verdad valemos, los del sudor y la sangre de la patria. Para acabar el hambre se enfrentó a presidentes y magnates, a hampones y millonarios, que tanto se parecen. Molestó a los yanquis. Intentaron, con un cheque en blanco, que pusiera lo que quisiera ahí pero que se callara. No se calló, no se vendió. Entonces decretó su muerte.

Muchachos, les digo, si un 14 de diciembre nació Jesús Menéndez en Encrucijada, Las Villas, volvió a nacer el 22 de enero de 1948, cuando lo asesinaron a balazos en Manzanillo, con 36 años de edad. Lo inmortalizaron.

Vendrían tiempos nuevos, traídos por gente bragada, sí señor. Ahí venía él. Más nunca lo podrían matar. Ahora mismo está aquí: ustedes lo mantienen todos los días vivos en el cañaveral. Y está por todas partes, compay, por todas partes.

Hoy, aquel adolescente, muchos años después, convertido en escritor, recuerda aquella charla y, aunque ha publicado decenas de trabajos sobre el prócer, se sintió joven de nuevo, a pesar de ser octogenario: necesitaba revivir al General de las Cañas, como le puso Guillén al héroe.

Hemos rescatado su sangre. Del corazón a las arterias. Ya la Cuba no es dulce por fuera y amarga por dentro. Aunque quedan plantaciones difíciles, llenas de obstáculos y abismos. Sabremos echarlas abajo con nuevas cargas al machete para convertirlas en dulzor. Como mambises que seguimos siendo los patriotas. El acometimiento prosigue contra tanta ignominia atacadora desde el revoltijo y la brutalidad del Norte, y los traidores.

¿Cómo decir muerte en su caso? Sería un sacrilegio. Más vivo que nunca en estos momentos. Ya le cantó el Poeta Nacional en su maravillosa elegía: “(...) no espera tanto tiempo para hablarte. Te habla siempre, como un dios cotidiano, a quien puedes tocar la piel húmeda temblorosa de latidos, de pequeñas mariposas de fuego aleteándole en las venas (...)”.

A Menéndez desea conducirte el mozo aquel que llegó a anciano: “Trata de actuar como él sin dejar de ser tú. Te pasa el brazo por encima de la espalda, te regala su sonrisa, te critica o te aplaude con su voz inconfundible, (...) pues te habla siempre como un amigo puro que no desaparece”. Lo matas de nuevo  si te vencen el deshonor, el vicio, el egoísmo, la falta de fe, y no ocupas el sitio que te corresponde en la lucha por Cuba, por América y la humanidad. Para que trinos y mañanas crezcan, Jesús nos debe seguir acompañando.

Aquí está la obra de Jesús Menéndez según un resumen de la prensa proletaria de la época: “ (...) logró el primer Convenio Colectivo de Trabajo, la reanudación de la zafra en los centrales inactivos, la creación del retiro azucarero, la implantación del Decreto 117 sobre el régimen salarial, la cláusula de garantía del diferencial, el primer decreto sobre higienización de los bateyes, la participación obrera en las negociaciones de la zafra, el aumento de salario marinos y ferroviarios en relación con la industria azucarera, el aumento de ingreso a pequeños colonos y la creación de una base para la Clínica Nacional Azucarera. En total, Jesús Menéndez rescató para los trabajadores del azúcar el monto de mil millones de dólares".

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