Jóvenes estrellas (II): gloria olímpica para el veinteañero Emilio Correa

El púgil Emilio Correa hizo callar a los escépticos con su título olímpico en Múnich 1972, con apenas 20 años. Foto: Jit.
Por: Víctor Joaquín Ortega

Emilio Correa Vaillant apenas tenía 20 años cuando conquistó la corona de los 67 kilogramos, en los Juegos Olímpicos de Múnich, en 1972.

No cayó allí desde los celajes, pero en algunos hubo dudas sobre si debía o no asistir a la justa, a pesar de la calidad del muchacho, demostrada en justas anteriores.

Existía temor por su juventud y el gran salto que representa para un novel competir en el certamen rescatado por Pierre de Coubertin.

Olvidaban o no sabían lo que expresó un veterano boxeador para la novela El látigo del jab sobre los rostros (Editora Abril, 1986): “…los novatos son los que quieren llegar y son los que más dan. Tú tendrás toda la experiencia que quieras, pero cuando llega un novato, témele, porque su fuerza, sus ambiciones, sus ansias de llegar, se unen y se convierten en un tercer brazo que, en ocasiones, pega más duro que los otros dos”.

Nacido el 21 de marzo de 1953, en Santiago de Cuba, aún como juvenil mostró en el cuadrilátero que se dirigía a ser el líder en su división y uno de los mejores púgiles del país.

En los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Panamá 1970, su coterráneo Marcos Santana finalizó en el segundo escalón de los 67 kilos y no consiguió reeditar el triunfo de Andrés Molina cuatro años antes en la décima edición del certamen regional, efectuada en San Juan, Puerto Rico.

En 1974, otro gallo cantó y el cetro fue para Correa, aún joven, de 22 años.

Pero regresemos a la batalla del ring en 1972. El cubano enfrentó en el debut al italiano Damiano Lassandro. Hablaron los golpes. La mejor parte correspondió a Correa.

Luego pugnó en la fase de octavos ante el alemán democrático Manfred Wolke, as de México 1968, púgil fuerte, resistente y experimentado. El antillano terminó temprano al triunfar cuando el árbitro suspendió el combate (nocaut técnico) a los 2.02 minutos del segundo round.

Guenter Meir, de la República Federal Alemana, se cruzó en su camino. Enfrentamiento duro. Al final, Correa ganó por decisión dividida de 3-2. Hacia la semifinal.

Otro hueso duro: el estadounidense Jesse Valdés. Al final el cubano fue mejor que el norteño 3-2.

Por la medalla de oro, el combate fue ante el fogueado húngaro Janos Kajdi. Al difícil contrincante lo derrotó fácil por 5-0.

El 11 de febrero de 1979, lágrimas resbalaron por las mejillas del gran campeón en su retiro oficial, con presencia de Fidel Castro, durante el cartel entre los boxeadores de Cuba y Estados Unidos, en la Ciudad Deportiva, ganado finalmente por los caribeños.

En sus momentos estelares, Correa llegó a poseer todos los títulos del ámbito amateur: nacional, centrocaribeño en Santo Domingo 1974, panamericano en Cali 1971, mundial en La Habana 1974 y olímpico en Múnich 1972.

Por su gran trayectoria fue escocido entre los 100 deportistas cubanos más destacados en el siglo XX.

De tal Emilio, tal Correa

Una mala decisión de los jueces, en la lucha decisiva de los 75 kilos, privó a su hijo, de igual nombre, del puesto más elevado en la premiación de Beijing 2008.

Esa plata es mucho más brillante que aquel oro regalado al británico James Degale. El injusto fallo despojó a Cuba de tener al padre y a su hijo como campeones olímpicos entre las cuerdas.

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