Por: Víctor Joaquín Ortega
A los 17 años Ramón Fonst abrazó la gloria olímpica en París 1900. Foto: Internet.
Los I Juegos PanamericanosJuveniles, con sede en Cali, están al doblar la esquina y la COCO propone recordar a atletas de excelsa trayectoria, quienes desde edades tempranas abrazaron la gloria. La serie de trabajos inicia con el gran Ramón Fonst.
Nacido en La Habana, el 31 de agosto de 1883, inscribió su nombre en el Olimpo por primera vez el 14 de junio de 1900, cuando con apenas 17 años se coronó campeón de espada en la segunda cita bajo los cinco aros, celebrada en París. Allí también obtuvo la presea de plata en la justa profesional.
Promesa era aquel muchacho y no solo en la esgrima. Forjado por Filiberto, el padre, un destacado atleta de fuerza descomunal y diestro en varias disciplinas, este muchacho completaría su desarrollo físico y mental en la capital francesa.
Su biógrafa, Irene Forbes Pérez, dio a conocer que el progenitor primero le encomendó allí la preparación física del hijo “al prestigioso maestro del deporte Charles Chalement, quien le enseñara boxeo francés para que adquiera fortaleza”.
Forbes en su texto As de espada, premio del concurso nacional de biografías del Instituto Cubano del Libro, en 1998, escribió que al calor de las enseñanzas de los profesores Albert Ayat y Antonio Conte amplió sus saberes en la esgrima y “al cumplir los 10 años, en 1893, gana el primer premio en un torneo de florete, realizado en el Liceo de Janson de Sailly, en París, y otro en un exclusivo colegio de Montecarlo, principado de Mónaco”.
Cuando la famila regresa a Cuba, Fonst le expresa al padre su deseo de contender en el segundo clásico coubertiano. en 1900. Filiberto le pone una meta: “Pagaré los gastos del viaje si me derrotas”.
No fue fácil para el muchacho, pues el papá era muy bueno con la espada. Sin embargo, tras una hora, el más joven tocó a su oponente de riposta. Y la promesa fue cumplida.
En la urbe gala derrotó primero a la hostilidad de la mayoría de los asistentes que lo mandaban a retornar a las aulas y respetar a los veteranos. En la final, a un solo golpe, los árbitros después de anularle tres llegadas al cuerpo de Louis Perrée, tuvieron que a regañadientes declarar válido el cuarto.
Cuatro años después, en San Luis, Estados Unidos, al obtener tres premios dorados, encabezó la delegación cubana, que finalizó en cuarto puesto del medallero debido a las conquistas de sus esgrimistas.
Fonst destacó, a pesar de su veteranía, en los Juegos Centroamericanos de 1926 y 1930. En 1926 fue el presidente del Comité Olímpico Cubano.
Jamás se despegó del deporte y fue entrenador de tiro y esgrima luego del adiós a su etapa como competidor.
El extraordinario atleta fungió como asesor del departamento de Educación Física y Deportes del Ministerio de Educación, en 1959, ya con 76 años y con la salud resentida, pero deseaba apoyar la esperanzadora etapa que comenzaba en Cuba.
Fonst falleció en La Habana, en septiembre de 1959. Su cadáver fue expuesto en el Coliseo de la Ciudad Deportiva -único caso en la historia- para recibir del pueblo al que tanto honró con la espada y su intachable conducta, una emotiva despedida.