Pocas cosas causan más felicidad que ver como la bandera cubana llega a lo más alto y escuchar las notas de Himno Nacional. Foto: Montaje COCO. |
No recuerdo cuándo vi mis primeros Juegos Olímpicos. Ni siquiera sé cuándo supe qué era una cita de ese tipo. Pero estoy absolutamente segura que, desde Atenas 2004, esta ha sido la única vez que me pierdo el certamen. No vi una sola competencia, siquiera una final.
Es la primera vez, también, que en medio de este tipo de evento tengo varios trabajos (además del doméstico y del que representa el cuidado -a tiempo completo- de otro ser humano); y para colmo, sin un televisor disponible.
Toda esa nueva realidad la asumí sin demasiadas amarguras, porque a través de las redes sociales disfruté las jornadas de Tokio 2020 de otra manera. No mejor, pero sí diferente.
Cuando Mijaín López ganó su cuarta medalla de oro en esas lides me encontraba en la Casa de la Amistad, a la espera del inicio de una cobertura periodística. Como llegué con casi dos horas de antelación pude seguir por internet lo que ocurría.
El primer post que leí lo
escribió un amigo. Tenía una foto del gigante de Pinar del Río y una palabrota
en mayúsculas. No necesité verlo en combate para emocionarme a lo grande.
Las peleas de Luis Alberto
Orta las disfruté por la misma vía. Entre los comentarios de “amigos” en redes,
tanto periodistas como aficionados, descubrí que ese resultado no estaba en los
pronósticos, que es padre de una bebé y que vive en La Güinera, un barrio
humilde de La Habana.
Mijaín López concreto la hazaña de ganar su cuarto oro olímpico. Foto: Reuters.
Alguien compartió una foto en la que se veía a Orta llorar al recibir la medalla. Sobra decir que mis ojos se humedecieron al verla.
El resultado de la dupla del canotaje me llegó de rebote. Cuando entré a la red social Twitter mi time line (línea del tiempo) estaba desbordado de felicitaciones para el narrador y comentarista deportivo de la televisión nacional, Renier González. Algo más que inusual, si se tiene en cuenta que González es, posiblemente, uno de los especialistas deportivos cubanos con más haters (odiadores o usuarios que difaman en entornos virtuales) en esa red.
Supe entonces que él había
relatado esa final, que los chicos se llevaron el oro, y que Renier, con la
narración, había excitado a toda Cuba, incluso a mí, que lo vi y lo escuché -en
el único vídeo que pude descargar- cuando ya todo había pasado.
Luego llegaron las medallas
del boxeo y yo, tarde, detrás de cada una.
La dupla cubana de canotaje, integrada por Serguey Torres y
Fernando Dayan Jorge, protagonizó una gran sorpresa al ganar el oro
olímpico. Foto: Reuters.
De las preseas doradas muchas veces se habla más. Otros resultados, igual de excelentes, como es el caso de la plata del tirador Leuris Pupo, “me llegaban” con menos inmediatez, o incluso tenía que buscarlos en los medios de prensa.
Casi por casualidad también recibí la valentía de Simone Biles, la mejor gimnasta de Estados Unidos que, con su renuncia a varias finales, le gritó al mundo que ella era más que sus medallas y volvió a poner sobre la mesa el debate en torno a la salud mental.
De igual manera supe del gesto
del atleta catarí que renunció al salto que lo pudo convertir en el único
campeón de su deporte, para compartir la gloria olímpica con su “rival”, y así,
recordarle al mundo lo que es de verdad importante.
Tokio 2020 se desarrolló en un
momento crítico para la nación caribeña. El país se encuentra entre los
primeros del mundo en cuanto a casos confirmados y a fallecidos con respecto a
la cantidad de habitantes; las instituciones sanitarias han superado, en muchos
casos, el límite de sus posibilidades y, en el escenario sociopolítico, aún
quedan los ecos de las protestas pacíficas y disturbios del pasado 11 de julio.
En sus sextos Juegos Olímpicos, Leuris Pupo se agenció una medalla de plata, que suma al oro de Londres 2012. Foto: Reuters.
Mucha gente que quiero y admiro decidió evadir la celebración “pública” de los resultados de Cuba en la cita bajo los cinco aros. Para ellos, hacerlo significaba irrespetar a ese grupo de personas que ni siquiera han podido pensar en los juegos. No pude menos que entender su actitud y asumirla desde el respeto que cada decisión merece.
Yo, por otra parte, sin olvidar a quienes hoy sufren, compartí mi felicidad en el escenario virtual y real porque a mí, que soy una fanática sentimental, pocas cosas causan más felicidad que ver como la bandera cubana llega a lo más alto y escuchar las notas del Himno Nacional.
Personalmente, además,
necesitaba ese brevísimo instante de euforia colectiva y alegrías compartidas.Cuatro títulos conquistó el boxeo cubano en Tokio 2020. Foto: Reuters.
Siete medallas de oro, tres de
plata y cinco de bronce fue la cosecha final de Cuba en los recién finalizado
Juegos Olímpicos, una actuación que muy pocos se atrevieron a vaticinar.
Hubo de todo: sorpresas, decepciones, encantos, desencantos, alarmas debido a las lesiones. Algunas discrepancias entre cubanos que compitieron bajo diferentes banderas, pero primó el respeto y el abrazo entre quienes se reconocen nacidos en esta tierra.
En definitiva, un lugar 14 en la tabla de posiciones por países, que me ensancha el orgullo nacional, a pesar de los pesares.