El nombre y la gloria pasada no conectan jonrones

No es justa la decisión cuando se prefiere a un atleta por nombre, gloria pasada, historia, cariño, pero no por resultados actuales.

Por: Víctor Joaquín Ortega

Era un boxeador famoso, hábil, técnico, rápido y de buena pegada. Las medallas llegaron durante años, pero el tiempo pasó y dejó su huella.

El púgil y sus entrenadores, sin darse cuenta o sin querer notarlo, lanzaban campanas al vuelo, pero ya no era el mismo.

La situación perduró hasta que un alumno de la academia deportiva, quien mucho se había inspirado en el campeón, le dio una paliza en un torneo nacional.

Aquel “canario amarillo le puso el ojo tan negro”, cuando años atrás no le hubiera durado al vencido ni un round.

Varias peleas después, con resultado parecido, el veterano atleta comprendió que el adiós estaba cerca y dejó espacio para los noveles.

Ridículo hizo el gran pelotero Babe Ruth cuando, en busca de dinero y alguna atención de la prensa, se prestó para realizar exhibiciones de bateo.

Los tiradores de cierta velocidad le recetaron ponches. Antes esos lanzamientos terminaban por sobre los límites del estadio.

Debido a esa realidad hasta le trajeron serpentineros menos dotados. Por eso pudo sacar la bola del parque en algunas ocasiones, para alegría del jonronero contratado y del bolsillo de los empresarios.

¿La enseñanza? Hay que saberse retirar a tiempo. Y los instructores no pueden cerrar los ojos frente al descenso de sus discípulos. Los aficionados tampoco o se convierten en fanáticos.

A ningún atleta se le puede entregar el puesto en un equipo si “(…) el implacable, el que pasó, siempre una huella triste nos dejó (…)” y ya no rinde lo necesario.

Daño le hacemos al atleta. El “último round” impone injustamente su presencia en el recuerdo de la afición, e incluso borra aureolas y glorias.

Esa realidad afecta también a los deportes colectivos cuando se prefiere a un atleta por nombre, gloria pasada, historia, cariño, pero no por resultados actuales. Debe respetársele, pero sin endiosarlo.

Siempre urge abrirle paso a la continuidad ¡Cómo estremece la interpretación de la canción Yo soy el punto cubano, de la autoría de Celina González y Reutilio Domínguez, cantada ahora por David Blanco, con la preciosa inclusión de la tecnología, la coreografía y los arreglos musicales de la etapa actual! La obra, y sus autores originales, crece y se expande gracias a esos cambios.

El nombre y la gloria no anotan goles, no propinan nocauts, ni pegan jonrones. Lo consiguen los nuevos valores, fortalecidos por el ejemplo de sus antecesores, hacedores eternos.

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