Por: Ania González Rodríguez
A la luz de estos 149 años transcurridos, todavía quien se adentre en la historia de los ocho estudiantes de medicina fusilados impunemente el 27 de noviembre de 1871 en La Habana, se estremece de dolor.
Este hecho ha trascendido como uno de los más atroces crímenes que tuvieron lugar en la Isla a manos de los colonialistas españoles, y que generación tras generación de cubanos no logra perdonar. ¿Quién que ame la justicia podría conocer esta historia sin valorarla de acción infame?
Se sabe que ninguno de los fusilados pasaba de los 21 años y que en el cementerio el grupo de jóvenes solamente había correteado con el vehículo usado para conducir los cadáveres a la sala de disección; y los acusaron de profanadores del sepulcro del periodista Gonzalo Castañón.
Pero en un contexto como aquel, marcado por la furia de los voluntarios y el desapego a las leyes y la justicia, difícil es imaginar que fuera otro el resultado de los juicios, si no aquel acontecido con la complicidad de los gobernantes de la Metrópoli.
Así contó el doctor Isidro Teodoro Zertucha y Ojeda, uno de los supervivientes del 27 de noviembre de 1871:"Fue el momento más terrible de mi vida...Jamás olvidaré aquella despedida. Cada uno fue desembarazándose del reloj, de las prendas, del pañuelo y lo fue repartiendo entre los que allí estábamos".
Cuenta la historia que a los ocho estudiantes de medicina los asesinaron de dos en dos, con las manos atadas a la espalda, de rodillas y de espaldas al pelotón de fusilamiento; fueron ultimados en la explanada de La Punta a las 16:20 (hora local), por el grupo al mando del capitán de voluntarios Ramón López de Ayala.
Aquel fue un escarmiento ejemplar que quiso dar España ante el desarrollo insurreccional de los cubanos de entonces, sin embargo, ocurrió como ocurre hasta hoy, ante cada golpe de nuestros enemigos al corazón del pueblo, el sentimiento de independencia y amor a la libertad se fortalece.