Historias olímpicas: trampas y juego limpio bajo los cinco aros (Parte I)

Wyndham Halswelle ganó una controversial medalla de oro en los 400 metros planos en Londres 1908 luego de correr en solitario. Foto: https://static.guim.co.uk.
Por Víctor Joaquín Ortega

Las palabras me duelen desde la pantalla de la computadora, desde cualquier papel, sea libro o borrador, desde la voz en el aula frente a los estudiantes. Intento reflejar e interpretar la hermosura de las lides del músculo, de la educación física en las escuelas al olimpismo. Pero también hay fealdades y deben ser mostradas. 

No me refiero a los reveses en las contiendas atléticas: competir con dignidad ya es vencer. Precisamente lo indigno fustiga el deporte en la base y en la cima. Y para las personas decentes la virtud vale mucho más que el talento y sus logros, Una victoria tejida con trampas hiere su sensibilidad. 

Les traigo varios de los conceptos de Pierre de Coubertin en este sentido. Condenó “...el espíritu mercantilista que amenaza con invadir los círculos deportivos..., al haberse desarrollado los deportes en el seno de una sociedad que amenaza con pudrirse hasta la médula a causa de la pasión por el dinero". (El atletismo en el mundo moderno y los Juegos Olímpicos, 1894).

El precursor ataca sucias maniobras, crecidas en la actualidad desgraciadamente: “… pues el organizador del espectáculo tiende a corromper al atleta para mejor satisfacer al espectador”, dijo en el discurso de dimisión a la presidencia del Comité Olímpico Internacional (COI), en 1925.

Estas indecencias se han agigantado. Lo anormal parece normal. No solo en lo atlético, es cierto. Empobrece, pudre, mata lo mejor dle ser humano, hasta lo más simple que nos separa de las fieras. Ahora, serán testigos de algunas de dichas inmundicias, y del decoro mostrado por el verdadero olimpismo.

Atenas 1896.El maratonista griego Velokas arriba inmediatamente después del campeón y el subtitular, sus coterráneos Spiridon Louis y Charilaos Vassilakos. Y no alcanza el podio. El tercer lugar corresponde al húngaro Gyula Kellner: descubrieron que el aparente hombre de bronce había tomado algunos atajos. Para no herir a la magnífica sede helénica, se manifiesta que el corredor se había equivocado. Y Velokas conoce el recorrido, había practicado en él...
El francés Léon Flameng, a la izquierda, fue el monarca de los 100 kilómetros del ciclismo, prueba en la cual ayudó a su rival en un ejemplo de gran deportividad. Foto: https://esacademic.com.
El primer juego limpio del olimpismo sucede también en la justa inaugural. El ciclista galo Léon Flameng ha sacado demasiada ventaja a sus oponentes en los 100 kilómetros: estos deciden retirarse. De ellos, solo queda activo el griego Georgios Kolettis. Se le rompe la cadena del vehículo. 

Flameng retrocede, se sitúa cerca del accidentado, lo espera hasta el término del arreglo. Va más allá: lo insta a seguir pedaleando. Obedece el heleno. Triunfa fácil el francés. Georgios, vicetitular.

Ramón Fonst compite contra la “ceguera” de los jueces en París 1900, para convertirse en el primer campeón olímpico de América Latina. ¡Tres veces debe dar el toque decisivo con su espada al francés Louis Perée en el combate final...!

Ven al cubano como a un intruso. Comentan: “Ese adolescente debe estar en la escuela y no batido con los grandes maestros”. Los asistentes, sin embargo, han gozado con la aparición de unos de los deportistas más grandes de todas las épocas. Debemos resaltar la actitud del rival: siempre expresó que había sido tocado. En la tercera ocasión, es todavía más firme. Al arbitraje no le queda más remedio que declarar victorioso al habanero.

Londres 1908. ¿Dónde está su vergüenza?, pregunto a los jueces. Propinan una paliza al sportman ship: todavía no ha sido aceptada la palabra deportividad mientras pululan las trampas. Allí no admiten árbitros de otra nacionalidad y se banquetean con las ilegalidades.

En el ciclismo la parcialidad lesiona durísimo: descalifican a todos los contendientes de los mil metros porque ninguno del patio terminó en alza. Le arrebatan el cetro al galo Schiller. Todas las alegrías máximas caen en el saco de los británicos, excepto en el tándem. Se rumora que los jueces se quedaron dormidos.

En esgrima, pretenden algo semejante: colocan a los franceses en la misma serie. Por el escándalo causado, debieron cambiar la programación, lo que les agua los festejos.

Inscriben al maratonista canadiense Gordon como inglés, el intento no prospera ante las pruebas de la delegación de Estados Unidos. Algo de venganza cuando descalifican al estadounidense Carpenter y no lo permiten participar de la repetición de la final de los 400 lisos: él no había tenido que ver con el cierre en la curva sufrido por el del patio Wyndham Halswelle.

En la finalísima, este corre solo: Y se impone. Pese a ser un buen corredor, incluso había empatado la marca del clásico en semifinales (49.2), su actitud le resta brillo. Los contrincantes sí refulgen: no se presentan para solidarizarse con el sancionado. El primer peldaño del medallero ocupado por los ingleses, está maculado.

Continuará...

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