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Doctor Eusebio Leal Spengler. Foto: Cubadebate. |
Por: Cáliz Moré Leal
En una ocasión, el doctor Eusebio Leal expresó: “Me presento a la posteridad con las manos vacías”, y desde este 31 de julio, día de aciago para muchos, los habaneros tenemos las manos llenas de su integridad, tesón, e infinito cariño por los callejones que anduvo en la niñez y remozó en su sabia madurez.
Como muchos, gracias a un espacio televisivo, conocí al hombre de la chaqueta al hombro que, transitando por la Plaza Vieja, me convocaba a andar La Habana y llegar a esos sitios testimoniales de nuestra Ciudad Maravilla.
Así fue que comencé a admirar al hombre de verbo impoluto, placentero, educativo y, sobre todo, sensible.
Como olvidar aquella conferencia donde hablaste de los olores de la capital cubana, a través de los cuales los escolares se identificaban con los puestos de trabajo. Hablaste del olor del chocolate, de la pintura, la madera y como esa sensación provoca el primer acercamiento al oficio de los padres.
Luego te referiste a la importancia del maestro y lo que este debe proveer en la formación de sus educandos, pero tocaste el asunto sin lo que llamamos “teque”, en la memoria el silencio del auditorio, profesores la mayoría, que en esos memorables minutos se convirtieron en alumnos.
Y yo, grabadora en ristre, pude guardar aquella disertación, que me hacía sentir privilegiada y cuando mi hija, que estudiaba magisterio por aquel entonces me pidió un consejo referido a la profesión, rebobiné, le di play a la grabación y luego de escucharla expresó: “Él es el maestro”.
Con esa imagen de saberte en otras mentes me quedé por siempre, porque eres y seguirás siendo el Leal mayor.
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