Miguel Ángel Díaz, El Soldadito. Foto: Internet |
Autor: Víctor Joaquín Ortega
William Harrison “Jack” Dempsey destroza. Paavo Nurmi brilla en las Olimpiadas de Amberes. Charles Chaplin y Steve Coogan deleitan con el filme El Chicuelo. Valentino causa furor con sus besos volcánicos y sus miradas lánguidas, aunque fuera de la pantalla sea hielo picado. Muy popular el chotis: Tobillera, / ya te has vuelto rodillera; /pero al paso que ahora vas, / de filo acabarás/ siendo muslera, / muslera o algo más…
En La Habana,
un joven soldado es relevado en la guardia. En el patio de la fortaleza juega
de manos con varios compañeros. Pequeño, de brazos cortos, pero… “Oye, tienes
la mano bien pesada; si yo fuera tú, me metería a boxeador”. El comentario atrapa
a Miguel Ángel Díaz, llegado de Yucatán con la esperanza de vencer la miseria.
Y esta la tiene al borde del nocaut.
Hacia los
golpes pagados. Nombre de batalla: Soldadito Díaz. Él ignora casi todo sobre
las lides olímpicas; es más, ni le interesa. Corajudo, asimilador más que técnico:
es imán taquillero de los programas de la Arena Colón, de Zulueta casi esquina a
Dragones, en la capital cubana. Prefiere entrenar con hombres de divisiones
superiores. En unas prácticas, el tremendo jab de Santiago Esparraguera le
lesiona el ojo izquierdo. A las dos semanas está fajado entre las cuerdas.
Dos de junio
de 1922. En la otra esquina, un púgil importado: O’Kieff (Estados Unidos). Derechazo
sobre el rostro del norteamericano. Cae. Que le cuenten mil. Pierde por la vía
del sueño. El ¿vencedor? termina con la nariz rota y el ojo lastimado en peores
condiciones. “Si no se retira, va a terminar muy mal…” “No lo creo, doctor. Mire,
se lo voy a demostrar…” Los billetes en las manos del galeno: la boca más
cerrada que el ojo del gladiador.
A los ocho
días vuelve a topar con el mismo atleta. Es tanta la bestialidad que la prensa
calificó el enfrentamiento como un pleito entre perros de presa. Miguel Ángel
mordió más y mejor, pero concluye con el rostro ensangrentado y dolores por
todo el cuerpo. El ojo, muy dañado.
Gana el
título nacional pluma en 1924. Sus combates con Carlos Fraga son páginas
sangrientas. Derrota a la vanguardia de su división en el país. Le traen
figuras foráneas: siempre se va por la puerta ancha.
Llega el
ligero español Hilario Martínez. Le saca cuatro kilos, lo supera en estatura,
alcance y técnica. El yucateco-habanero no ve del ojo izquierdo y la neblina ha
comenzado a invadirle el derecho. Doce rounds ardientes. El triunfo, por
decisión, es del hispano. El del patio cobra una de sus mayores bolsas: 200
pesos.
“Está
acabado. Bueno, llévatelo para el Norte. Allí le sacas buenas lascas”. A los
tres días de su arribo a Estados Unidos debuta como suplente frente al bien
ranqueado Johnny Leonard. Pierde una decisión en diez capítulos, la vieja
lesión no escapa de varios golpes.
Como gusta,
lo incluyen en las eliminatorias por la vacante corona mundial de los plumas.
Frente a Louis Kid Kaplán: pierde por la vía del sueño en cuatro episodios. El
vencedor sería, luego, el as de la división. “Agarra estos 300 dólares; te
debemos 10 mil; bien, vete tranquilo para La Habana. En cuanto terminemos
ciertos trámites, te enviaremos el resto”.
No le llega
siquiera la sombra de la promesa. Protesta, busca, pide ayuda. ¡Nada…!
Semianalfabeto, sigue boxeando para sobrevivir. Sirve de escalón para las
nuevas figuras.
En 1928 un
joven negro, púgil promisorio, lo derrota. El vencedor comenta: “Gané pero el
Soldadito es el hombre más guapo que he enfrentado”. Lo ha dicho Kid Chocolate…
El retiro.
Trabajitos. Vegetar. Al triunfar el pueblo, labora en la Dirección General de
Deportes como mandadero. Pasa al Instituto Nacional de Deportes Educación
Física y Recreación. A fines de los 60, se jubila. En 1974 tiene lugar el Mundial
de Boxeo en La Habana. Elio Menéndez sobresale con sus escritos. Entrevista a
Miguel Ángel, en el hogar de este, en Palatino, en el municipio capitalino del
Cerro. Recuerdos, fechas, nombres, anécdotas…
- Será un
buen campeonato, lástima que no pueda verlo. Acompaña al reportero hasta la
puerta. Un bastón ayuda a caminar al ex púgil. Los espejuelos negros son un terrible
jab en su rostro. Algún tiempo
después, vuelve a ser noticia: “Miguel Ángel Díaz (El Soldadito) falleció ayer
a la edad de 82 años. Fue un boxeador muy valiente…” Junto a opiniones y
adjetivos se escribió: “El castigo recibido en el ring le quitó la vida a sus
ojos muchos años antes”.
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