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Autora: Teresa Valenzuela
Cuando se vive en un determinado barrio desde hace 20, 30 y hasta más años, al salir de la casa temprano en la mañana por algún motivo, se saluda a gran número de vecinos, conoce de su salud y por qué no se entera si a esa hora del día ya trajeron el pan, o vino algo nuevo a la carnicería o al agro.
A veces el encuentro es rápido porque las dos partes están apuradas, pero en ocasiones se extiende un poco más. Por lo general, las conversaciones devienen preocupación por la salud del otro, críticas a la calidad de los servicios, a la basura desbordada en los contenedores y temas más profundos como la situación de aquellos jóvenes que no estudian ni trabajan.
En el recorrido una vecina se quejaba de la situación económica actual y, sin embargo, al terminar de hablar llegó a la conclusión de que no obstante la situación, poseía un grupo de cuestiones valiosas que el ajetreo de la vida diaria a menudo no le dejaban ver.
Mencionó a su esposo, persona de excelente trato, aún fuerte, que luego de trabajar muchos años, ahora es vigilante nocturno, la ayuda financiera de una hija que vive en el extranjero, y así un grupo de cuestiones que mejoraban su existencia en general.
Ante su realidad comentó que realmente ella no tenía problemas, comparada con otras mujeres que pasan de los 60 años y se les veía por el barrio en numerosos quehaceres para buscarse algo más de dinero. Puso de ejemplo el cambio de cuatro pesetas por un peso en la parada del ómnibus, la venta de paquetes de café, cigarros, jabas, caramelos y tantos otros artículos.
A la conversación se unieron dos vecinas que reconocieron lo bajo de sus pensiones, pero la seguridad que representaban en sus vidas aunque serían más felices si las aumentaran un poco. Una de ellas aportó un dato interesante relacionado al por qué de aquellas mujeres que años atrás no estudiaron y se mantuvieron como amas de casa mantenidas por sus parejas, o realizando trabajos a intervalos que no les aseguraban el futuro.
Coincidieron que el porvenir había que forjarlo desde el presente; aquellos hombres y mujeres que cuatro décadas atrás se resistían a creer que algún día serían ancianos y decían a plena voz que los estudios no les hacían falta, hoy pagaban las consecuencias.
Todos ellos forman parte actualmente del 19 por ciento de la población que en Cuba son adultos mayores. A pesar del camino que tomaron la Revolución no los olvidó, por lo que reciben como toda la población beneficios, entre estos, la atención médica gratuita y el ingreso si es necesario a una institución hospitalaria y tienen derecho a un grupo de programas de salud que elevan su calidad de vida.
No caben dudas de que la conversación
matutina de ese día devino análisis fructífero entre vecinos que constituyen
irrefutables verdades.
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teresa valenzuela