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Autor: Víctor Joaquín Ortega
Aunque yo estudiaba en las Escuelas Pías* e integraba el conjunto de béisbol juvenil en el torneo escolar, prefería a los Diablos Rojos de Cayo Hueso, equipo de mi barrio natal, de uniformes desteñidos, gorras viejas, más tenis que spikes y con colores distintos en las diversas franelas.
Alguien de mi colegio nos vio en un desafío y llevó la burla a crueldad y chisme. Las carcajadas por poco me aplastan.
- Si no tienen miedo nos enfrentamos el domingo, por la tarde, en los terrenos de la Shell; ya verán…
Entre risas, aceptaron el reto. La hora de la verdad. En el box, por nosotros, Ignacio Canel (Premio Nacional de la Radio actualmente), dependiente de bodega, con lo que gana algunos pesos y la comida; por las noches, cursa el bachillerato en el Instituto de La Habana. También sueña con ser un Wilmer, Vinagre, Mizell -a la derecha- sobre la lomita.
- Ignacio, hay que ganar.
- Oye, no es fácil. Le saben a esto y están bien alimentados. Mira el tamañón del cuarto tronco.
Comienza la contienda. El brazo de Ignacio le responde como nunca. Mantiene el control y pone la bola donde le duele a cada rival. Si necesita tirar duro, no escatima poner todo lo que tiene. Lo siente mi mano enmascotada a pesar de la esponjita.
Tercer capítulo. El gigantón en pose.
- Este es grande por gusto.
Me fulmina con la mirada. Sigo molestándolo. Viene la bola y… ¡Tac! Tremendo batazo por el mismo centro. Felo Argote -será médico- persigue la redonda; alas en las piernas, mi madre…Salta y captura. Respiro hondo mientras me quito la careta (aquí no hay peto ni chingalas) y me preparo para ocupar mi turno a la ofensiva.
Ulises pierde el plato y le gano la transferencia. El Moro -buen barbero- toca la pelota. Ya estoy en segunda. Lo saludo con un ligero movimiento de cabeza cuando va hacia el banco; digo, a sentarse sobre la tierra: quien habla de dog out en este sitio.
José Ángel Mustelier
-llegará a ingeniero- con el madero en las manos. Aprieta el Odiseo pitcher como
le decimos para chotearlo. Lo ha puesto en dos strikes. Se equivoca el
lanzador: recta por el medio. ¡Qué estacazo! Anoto. Quien me empujó alcanza la
tercera. Allí se queda. Con dos palomones al cuadro finaliza el episodio.
Vamos delante
1x0. Canel continúa dominando. Un error; Name, en primera. Diosdado compra
enseguida. Roletazo durísimo entre tercera y short. Puppy fildea en lo profundo. ¡Dios mío, que no le
falle el brazalete! Se estira el zurdo Jaque. ¡Out! Terminó el séptimo.
Tampoco
escapamos del cero. No se mueve el score. A servir. Octava entrada. Base al
pequeño Arsenio que más que correr vuela. Converso con Ignacio.
- Cuídalo
bien: este hombre va a salir seguro. Hay jugada en el ambiente. Mantén a este chiquitico
cerca de la inicial.
- Está bien, y
tú afina con el brazo: te sobra pero está loco.
Cuando me
acerco a mi puesto con la máscara en la mano, me doy cuenta: ¡Ignacio está
dando un no hit no run! Volteo la cabeza, lo observo; me miro la mano derecha
antes de agacharme. Rectazo. Arsenio sale. El suinazo no encuentra la bola. Tiro
a segunda. Ni Berra. Lo saco. Mi compañero de batería cierra la entrada con dos
ponchetes. Ulises resuelve el octavo de uno, dos y tres.
Último inning. El primero en utilizar el barquillo
muere de segunda a primera. Los nervios hacen su daño: boleto de libre
tránsito. No quiero ni conferenciar: mis manos tiemblan un poco. Solo grito:
- Para delante, mi pitcher, tú eres mejor que
todos ellos.
Encuentra la
goma: con dos rectas y una curva emborracha al tercer bate. Otra vez el
monstruo.
-Ya te dije
que es grande por gusto: cómetelo.
Si las
miradas fueran balazos…
Goloso le
tira al primer lanzamiento. Línea al jardín central. ¡Ay, se rompe el encanto…!
Felo hacia delante con todo. Pica la pelota. La recoge. Tira a primera. Y ¡out!
Por suerte el gigante es un tractor…
Muchos años
después le canté a la mayor victoria de los Diablos Rojos.
Recuerdos de pelota
Cada pelota
llevaba el
deseo de las Grandes Ligas,
esa envidia a
Ted Williams y a Musial
que llegaba
al negro Willy Mays.
Los files
perseguían los batazos
con sus
piernas de gamo
y sus brazos
largos
mientras Piersall
y Mantle sonreían.
Los
lanzadores,
Sphan o Robin
Roberts,
luchaban por
los ceros
y los ponches
desesperadamente.
Berra,
Campanella
y el joven
Foiles
apoyaban a
los cátchers
en cada robo
de segunda.
Una tarde,
Ignacio
lanzó un no
hit no run
y yo, con mi
cabeza de vena,
fui su
camarada de batería.
Aquel equipo
de negros y blancos
de zapatos
rotos
cruzó los
terrenos de la Shell
a galope
alegre.
En Cayo
Hueso,
nos pasamos
hablando de la hazaña
toda la
noche.
* Escuelas Pías: Se les denominó así a los centros educacionales para niños pobres. (Nota del Editor)
* Escuelas Pías: Se les denominó así a los centros educacionales para niños pobres. (Nota del Editor)
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