(Foto: www.laescuadradeportes.com) |
Autor: Víctor Joaquín Ortega
Un deportista no es un saco lleno de poderío corporal ni el alto rendimiento, determinada patología, aunque muchos lo estimen así y actúen siguiendo estos conceptos.
De ello no escapa plenamente Cuba, poseedora del movimiento más puro del mundo en este sector pero perfectible, que exige adaptaciones -en eso estamos- a la etapa en que vivimos.
Las contiendas en este ámbito forman parte de la cultura a pesar de barbaries como el robo de músculos; la mercantilización; el profesionalismo extremo que, desde lo más podrido de sus modalidades, abraza el asesinato y alimenta lo más vil de los seres humanos: el pugilismo, las carreras de ataúdes con gomas, el fútbol de tipo norteamericano…; su utilización para narcotizar a las masas; las apuestas, los arreglos, el soborno: no solo la Federación Internacional de Fútbol Amateur tiene los pies de barro; el doping, el chovinismo, el fanatismo…
Atrapado por las transnacionales, el deporte mismo es un monopolio en muchos casos. Crece el escamoteo de figuras del llamado tercer mundo para que representen, o compitan, en las naciones que poseen economía mucho más avanzada, basada en gran medida en la explotación de los demás, y ética menor. Ni el olimpismo ha salido incólume y lo envenena una atmósfera al estilo de Las Vegas.
La televisión de los poderosos hace cambiar reglas, mella lo atlético en aras de beneficiar lo espectacular, obliga a correr la maratón a las 12:00 m., cambia los horarios de las pruebas de natación, atletismo, baloncesto… con tal de favorecer audiencias pese a que los protagonistas del espectáculo salgan perdiendo por una u otra cuestión.
Desea más sangre en el boxeo aficionado: quitaron la protectora cabecera, aumentan los rounds, quieren guantes más pequeños y de menos relleno en la parte de los nudillos; así los puñetazos dañan más. En esencia, laboran por parecerse cada vez más al mundillo de las trompadas pagadas para atraer a partir del morbo de los espectadores y, a la vez, robustecerlo y danzar con el dinero.
Golpiza sobre la masividad y la cultura física. Lo importante: el show, la ganancia, la televisión que mandan más que los instructores y directores técnicos. El papel esencial de la actividad: la formación de hombres y mujeres superiores física y mentalmente es marginada o esclavizada por las ansias de fama y plata; el subproducto -las medallas, las marcas, la cúspide de la calidad- pasa al primer plano, a casi todos los planos.
Ocultadas las raíces, vigorizadas por las ramas, las flores, los frutos más generosos, es cierto; sin embargo, sin fortificar esas raíces, ¡pobre árbol, pobre bosque!
Vivir con los pies en la tierra, jamás de espaldas a la época, no significa callar ante los excesos, el grotesco negocio que ha lesionado lo atlético, lo humano y…lo divino.
José Martí enseñó: “…que quien quiera triunfar en la tierra, ¡ay, no ha de vivir cerca del cielo! La victoria está hecha de cesiones”. Pero aclaró: “…hay que pasar volando porque de cada grano de polvo se levanta el enemigo, a echar abajo, a garfio y a saeta, cuanto nace con ala”. Y repudió tener el alma de tendero.
Dominemos el terreno que pisamos, adaptémonos a él y adaptémoslo a nuestros valores. Mientras transformamos lo que necesitamos transformar a partir de la fase, el espíritu debe situarse al nivel más elevado y tenemos que saber volar bien lejos del lodo.
En el dopaje, la esencia son los intereses comerciales y politiqueros; y aun existió, con enorme empuje, en países del campo socialista, actualmente inexistentes.
La gran culpa no cae sobre la víctima: el deportista. Recorre entidades y gobiernos capaces de crear, impulsar y mantener esta llaga por negocio y patrioterismo. Recordemos a Sor Juana Inés de la Cruz: el que paga por pecar es más culpable que el que peca por la paga.
Poco se ha comprendido del quehacer y las ideas de Pierre de Coubertin, quien expresó en su mensaje a la juventud en 1927: “Mis amigos y yo no hemos trabajado para daros los Juegos Olímpicos y hacer de ellos, un objeto de museo, ni para que se amparen en ellos intereses mercantiles o electorales”.
El rescatador del magno certamen ha sido vapuleado en los últimos tiempos especialmente - con los hechos ante todo, ¡y qué hechos!-; y el ritmo de la paliza en lugar de decrecer, asciende, montada “teóricamente” sobre una dialéctica esgrimida por quienes no saben nada de Dialéctica y que en aras de combatir posiciones conservadoras y ser objetivos, abrazan un dogmatismo oportunista, y ponen precio a todo. Y el olimpismo es, en esencia, amor. Y el amor no puede comprarse.
A trabajar mucho mejor
A la injusta comercialización mundializada de las citadas lides, los cubanos tienen que responder con una faena de mayor calidad en la formación integral de los atletas, y una superior atención en lo espiritual y lo material para evitar que la maldad los enlace compitan donde compitan.
Ellos merecen y precisan cuidado especial no porque sean mejores o peores que las otras personas sino porque las características de esta trinchera y de los que se desenvuelven en ella lo requieren ya desde la base.
Un entrenador, un manager, un profesor de educación física, un directivo, son primero escultores de almas: nunca deben limitarse a la velocidad, la habilidad o robustez mayores obtenidas y al canto por las preseas.
A los campeones les es indispensable la misma estatura como ciudadanos: a quienes sean únicamente estrellas de las justas, más tarde o más temprano, la vida les arrancará las medallas.
Nuestros ases surgen del pueblo: separarlos de la cepa es obligarlos a languidecer despreciados por ese mismo pueblo de donde nacieron y gracias al que obtuvieron adelanto y brillantez, sin negar la cuota personal. La indisciplina, la autosuficiencia, la embriaguez de fama, una existencia desordenada, las ambiciones desmedidas, terminan mal.
Quien no mantenga lo mejor de su patria, de la humanidad y de él mismo en el alma, sobre todo cuando ha sido contratado y actúe en ligas foráneas - acción lógica y justa-, puede ser devorado por el profesionalismo en su aspecto peor: búsqueda de lucro, negocio, sin lograr asimilar realmente la profesionalidad que es cuestión bien distinta: dominio de la profesión, entrega a su quehacer como el escritor, el músico, el soldador o el médico tienen que hacerlo.
El deportista necesita nivel ideológico, educacional, ético; en fin, cultural. Sin ello, la propia victoria le será más difícil: ninguna especialidad puede desconocer la revolución científico-técnica, y la debilidad intelectual dificulta el dominio de tácticas, estrategias, y entrenamiento modernos.
Y sin bíceps cerebrales, sin el alma entrenada, en el caso de la mayor de las Antillas, ¿cómo llegar a las causas de la resistencia cubana?; ¿cómo entender los complejos problemas del planeta…? Y ¿por qué hablar tan horrible en una entrevista?; ¿por qué perderse la belleza del ballet y la rumba, las imágenes de César Vallejo, Pablo Neruda y Nicolás Guillén, la poesía del cosmos, la visión política e histórica de las luchas de Nuestra América…?
Hacen falta seres humanos de espaldas anchas pero con la mente tan poderosa como esas espaldas. Y ambas fortalezas no caen desde las nubes.
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