Montaje: Gilberto González García |
Autor: Eduardo González García
La visita
que realizará el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a Cuba, el 21
y 22 de este mes, será el remate de la más importante y mediática victoria de
su carrera política.
Será,
quizás, el único hecho trascendente de sus dos mandatos, durante los cuales el establishment, el sistema, las
verdaderas fuerzas gobernantes de ese país, le han impedido concretar algunas
realizaciones significativas y otras, él mismo no ha querido emprenderlas.
Cuba le reconoce sus méritos, y le abre las
puertas
Nadie niega que el
cambio de política hacia Cuba (mejor dicho: de táctica), que lidera, ha sido un
paso valiente, inteligente y trascendente, con el cual abrió un camino nuevo y
viable para las relaciones bilaterales, aunque sus efectos prácticos están aun
lejos de ser realidad.
Sus más acérrimos
críticos, un puñado de dinosaurios políticos aferrados a la táctica de
hostilidad con la cual han conseguido fama y fortuna, acusan a Obama de estar
haciendo “concesiones” a Cuba, sin obtener nada a cambio, es decir, sin
acercarse al propósito (compartido con el presidente), de desmoronar el sistema
socioeconómico cubano e implantar aquí un régimen lacayuno, como hubo en
tiempos pasados.
No puede haber mucha reciprocidad
Lo cierto es que
la Casa Blanca ha hecho algo, pero aun muy poco, para resarcir al pueblo cubano
de tantos años de agresiones de todo tipo, causantes de enormes penurias, y
Cuba no le debe absolutamente nada a los EE.UU.
Jamás ha agredido,
bloqueado, aislado ni difamado a su vecino del norte y por tanto, lejos de ser
su deudor, es su gran acreedor.
Los reclamos
prepotentes de ese gobierno siempre se enmarcan, sin excepción, en la
injerencia abierta en los asuntos internos de Cuba, en el desconocimiento
descarnado de la independencia y la soberanía nacional, y tienen carácter de chantaje.
Es frase hecha,
aburrida por la repetición, pedirle a Cuba “gestos” a cambio de “concesiones”
de Washington.
El único gesto que
los EE.UU. pueden esperar de los cubanos, ya está hecho, y es tenderle la mano,
sin rencores ni odios, a pesar de los pesares.
Obama viene a Cuba
gracias a esa condescendencia de nuestro pueblo, que no le proferirá ofensas,
ni quemará banderas de barras y estrellas, como sucede en casi cualquier otro
lugar del planeta a donde llega un mandatario norteamericano.
Será recibido con
respeto y cordialidad, pese a que no ha hecho cambios significativos para
desmontar el bloqueo, un mecanismo diseñado para hacer que nuestro pueblo
padezca hambre, enfermedades y desesperación.
No será rechazado,
aunque su gobierno sigue persiguiendo con saña cualquier transacción económica
de nuestro país con el resto del mundo, y el Departamento del Tesoro justifica
astronómicas multas con el crudamente explícito argumento de que está
penalizando a las empresas y bancos por beneficiar a Cuba.
No será objeto de
abucheos, a pesar de que, sí, quiere desmontar el ignominioso campo de
concentración y centro de torturas instalado en la base naval de Guantánamo,
pero sus voceros no se cansan de repetir que no piensa devolver el territorio
usurpado a Cuba.
Nadie lo
insultará, aunque no haya movido un dedo para eliminar los efectos prácticos de
la criminal Ley de Ajuste Cubano y la política de pies secos, pies mojados,
causante de tantas muertes y penurias para quienes son atraídos por el
espejismo mediático del american way of life; pero se les exige un vía
crucis para alcanzarlo.
Será bienvenido,
mientras todavía su gobierno sigue financiando trasmisiones piratas de radio y
televisión contra el nuestro, violando todas las normas internacionales al
respecto.
Disfrutará de una
estancia placentera en La Habana, en unión de su familia, como todavía le está
prohibido a la inmensa mayoría de los ciudadanos norteamericanos.
Se le permitirá,
incluso, reunirse con los mercenarios pagados, todavía hoy, por su gobierno
para promover la subversión contra el nuestro, aunque estamos seguros de que
ello será una mancha en el prestigio del mandatario, pues la mayoría de esos
“disidentes” son vulgares estafadores, como han denunciado sus propios
empleadores norteamericanos.
Quedan pendientes
muchas realizaciones que están, en mayor medida, al alcance de la mano
(literalmente, dependen de una firma de la mano izquierda de Obama),
independientemente de lo que diga el Congreso.
Cierto que esos
actos de elemental justicia le acarrearían furiosas críticas de sus enemigos
políticos, sin embargo, él sabe que tendría el respaldo o la anuencia de la
mayoría de los ciudadanos de su país.
Sucede que Barack
Obama es un político inteligente, habilidoso, no un amigo de Cuba ni de nuestro
sistema social, aunque su actuar nos beneficia, porque crea un escenario más
benigno que el enfrentamiento ciego y obcecado de sus predecesores y abre
posibilidades para una convivencia civilizada.
Por supuesto, el cambio de régimen que se
propone, no tendrá lugar
En conclusión:
salvo que traiga bajo la manga algo más que algunas tímidas medidas
declarativas y poco realizables en la práctica, le haremos la gran concesión de
permitirle venir a Cuba, aunque todavía no haya hecho lo suficiente para
ganárselo.
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