Autor: Eduardo González García
Las medidas puestas en vigor por Washington con respecto a Cuba, el 17 de enero, representarán algunos limitados beneficios económicos para los cubanos y para muchos empresarios norteamericanos, y sus declarados fines injerencistas están condenados al fracaso.
Son muchas las expectativas
generadas por las medidas que anunció el presidente norteamericano, Barack Obama,
el 17 de diciembre pasado, y que han entrado en vigor, el 17 de enero, por
disposiciones de la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), y los
departamentos de Comercio y del Tesoro de los Estados Unidos.
Realmente, esas medidas pueden
tener repercusión en las economías de ambos países, aunque, por ahora, su
alcance es bastante limitado.
La de quizás mayor y más inmediato
impacto puede ser la de facilitar los viajes de varias categorías de ciudadanos
norteamericanos a Cuba.
Antes, cada potencial viajero o
grupo específico tenía que solicitar una licencia, mediante un engorroso y
costoso proceso burocrático. Hoy, una licencia general ampara a esas categorías
que, si bien excluyen el turismo normal y corriente, ofrecen cierta amplitud.
Es fácil demostrar que se desea venir a Cuba por intereses culturales,
religiosos, empresariales o profesionales, entre otros.
Complementariamente, se ha otorgado
permiso a ciertas compañías de viaje y a aerolíneas para transportar a esos
viajeros, lo cual debe facilitar los trámites.
Por supuesto, esas disposiciones
deben incrementar, en el corto plazo, la llegada de visitantes norteamericanos
a Cuba, y de hecho, esta cifra ya creció 14 por ciento, en los primeros días,
comparada con igual fecha del año pasado.
Como efecto colateral, se aprecia
un crecimiento del interés de turistas de otras regiones hacia Cuba, quizás
atraídos por la novedad o impulsados por agencias de viajes y turoperadores,
interesados en reforzar su presencia en este mercado, ante la perspectiva de
una saturación de las capacidades.
También fue eliminado el límite de
los gastos que pueden hacer los visitantes norteamericanos en Cuba y se les
permitirá usar sus tarjetas de crédito, débito, e importar hasta 400 dólares en
algunos productos cubanos.
Todo ello debe significar un
incremento nada despreciable de los ingresos de Cuba, aunque no cambiará
espectacularmente la economía del país.
En medios de prensa, se advierte
que esas medidas representan un reto para la nación antillana, tanto por la
disponibilidad de capacidades de alojamiento, como de servicios aeroportuarios,
aduaneros y de infraestructura, en sentido general. Realmente, ya los hoteles
de La Habana están llenos, pero no hay que olvidar que se siguen construyendo
habitaciones y que todavía existen grandes potencialidades en el sector de la
economía no estatal.
Por otra parte, se habla del
peligro social que pudiera representar la llegada masiva de visitantes,
procedentes de un país donde son muy altos los índices de consumo de drogas, la
pornografía, la violencia y otros delitos. Es, ciertamente, un reto; pero las
autoridades cubanas han demostrado su capacidad para descubrir y neutralizar
esos riesgos y, lo más importante, la sociedad de este país tiene un sólido
blindaje cultural contra esos males, no absolutamente impermeable, pero
bastante suficiente.
Además, no olvidar que Cuba es un
país soberano, institucionalizado y ordenado que, como cualquier Estado que se
respete, tiene las prerrogativas de determinar quién ingresa por sus fronteras
y quién no.
El propósito declarado de utilizar
estas medidas para socavar el sistema político y social que los cubanos hemos
decidido adoptar, chocará con la unidad del pueblo en torno a sus
instituciones, de modo que los fines subversivos de esta nueva política
fracasarán, como han fracasado las tácticas anteriores.
Otras medidas son, por ejemplo,
aumentar el tope de las remesas de dinero hacia Cuba hasta los ocho mil dólares
anuales, lo cual, en opinión de expertos, no significará un aumento sustancial
de los ingresos al país, dado que la inmensa mayoría de los remitentes son
trabajadores de limitados recursos, a quienes no les sobra el dinero.
El gobierno norteamericano decidió
autorizar ciertos flujos de microfinanzas y exportaciones con destino al sector
privado cubano, la apertura de corresponsalías de instituciones financieras de
ese país en Cuba; y permitir a personas residentes en los Estados Unidos
establecer servicios y exportar bienes asociados al área de las
telecomunicaciones, excluyendo aquellos de alta tecnología.
El lenguaje ambiguo en la
formulación de estas medidas no oculta la intención de fomentar aquí una capa
social proclive al enfrentamiento contra el sistema socialista; pero, de nuevo,
la Casa Blanca olvida que Cuba no es un potrero, sino un país soberano, que
sabe y puede determinar qué acciones foráneas permitir y cuáles no. El
resultado económico será positivo, aunque modesto, y sus propósitos políticos
serán derrotados.
Por cierto, las autoridades
norteamericanas han reiterado que continuarán destinando fondos procedentes de
los contribuyentes de ese país a fomentar la subversión en Cuba, lo cual prueba
los propósitos injerencistas de toda esa nueva táctica.
Otras medidas reflejan que Washington
se ha visto obligado a suavizar el nocivo impacto colateral del bloqueo, sobre la
propia economía norteamericana y de terceros actores.
Tales son el cambio del “pago en
efectivo adelantado antes del embarque” de productos exportados a Cuba, por el
“pago en efectivo antes del cambio de titularidad del producto” para aquellas
operaciones de comercio autorizadas por la OFAC; y permitir que sus empresas provean
ciertos servicios y bienes (bajo determinadas restricciones), a cubanos
residentes en terceros países.
También ampliar la autorización
existente para cubrir algunas operaciones oficiales realizadas por empleados,
oficiales del gobierno y de terceros países; autorizar a las compañías de
seguros para emitir pólizas a favor de nacionales de terceros países que viajen
a Cuba; así como permitir a barcos extranjeros entrar en puertos
norteamericanos, después de determinadas transacciones en la mayor de las
Antillas.
Todas estas medidas tendrán un
efecto económico favorable para Cuba, aunque muy limitado, por cuanto no
eliminan los principales obstáculos creados por el bloqueo.
Por último, la OFAC autorizará las
transacciones económicas de entidades norteamericanas con la misión diplomática
cubana en los Estados Unidos y su personal, lo cual, por supuesto, es una
condición indispensable para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas
y consulares, un propósito que el presidente Barack Obama está muy apurado en
conseguir, antes de la Cumbre de las Américas de abril.
Él necesita llegar a dicha reunión
con ese aval, como demostración práctica de su “nueva política” hacia Cuba, de
cara a mejorar la imagen de su gobierno frente a la ahora rebelde América
Latina.
Subrayar que restablecer las
relaciones diplomáticas y consulares es un paso indispensable, pero primario,
hacia un propósito mucho más complejo, que sería la normalización de las
relaciones bilaterales, lo cual requerirá de largas y difíciles negociaciones y
no será posible mientras existan el bloqueo, las trasmisiones radiales y
televisivas ilegales, el financiamiento a la subversión y otras formas de
agresión contra la tierra de José Martí.
En apretado resumen, las medidas puestas en
vigor por Washington, el 17 de
enero, y su implementación, representarán, a corto plazo, algunos beneficios
económicos para Cuba —y para muchos empresarios norteamericanos—, aunque esa
repercusión será limitada y sus declarados fines injerencistas están condenados
al fracaso.
El desarrollo económico y social de nuestro
país depende del cumplimiento de los lineamientos aprobados por el Sexto
Congreso del Partido Comunista de Cuba, y seguirá siendo por el camino del
socialismo.
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