Por: Redacción Digital
Diciembre de 1989. Una mañana triste y de victoria ¿será posible tal contrastante realidad? Transcurrieron 36 años y aún lo guardo nítidamente. Los disparos como un golpe seco en el viento. Levanto la vista para alcanzar la espantada de pájaros. Surcan el cielo neblinoso de Luanda los turacos de cresta roja, las alondras de Benguela, las cotorras, los francolines y los ojiverdes de frente blanca. La andanada de pólvora es parte de la ceremonia militar y de homenaje con que Angola despide a los hermanos cubanos caídos en el cumplimiento de la misión internacionalista. El revoloteo de alas: un concierto solemne. Los restos mortales de quienes entregaron su vida a otro pueblo, a una tierra lejana que amaron como a la propia, serán trasladados a Cuba. El viaje surcará el Atlántico hacia la eternidad arropada que les espera en suelo patrio, tan añorado en los días difíciles de la guerra. Las palabras de José Eduardo Dos Santos, presidente de Angola, y de otros compañeros expresan gratitud y admiración por los caídos en toda la geografía africana.
Alguien dijo una vez que el tiempo cura más que el sol. No sé; creo que fluye como las aguas presurosas de un manantial al precipitarse montañas abajo, pero no hay olvido de aquel día en la memoria, a pesar de que las palabras estuvieron mudas todo este tiempo, porque el sentimiento es hondo, de admiración callada y lágrimas que son voz de las heridas en el silencio.
Estaba allí, entre quienes habíamos llegado como enviados especiales de la prensa cubana para reportar la Operación Tributo, con la cual se cumplía al pie de la letra, lo anticipado el 12 de diciembre de 1976, por nuestro General de Ejército Raúl Castro Ruz, entonces Ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR):
“De Angola nos llevaremos la entrañable amistad que nos une a esa heroica nación y el agradecimiento de su pueblo y los restos mortales de nuestros queridos hermanos caídos en el cumplimiento del deber”.
Corría noviembre de 1989. En el cementerio de la Misión Militar Cubana en Angola, un grupo de forenses hacía su trabajo con el respeto que un acto así implicaba. Nosotros habíamos sido ubicados en unas oficinas dentro del perímetro de la propia Misión y todos los días conocíamos detalles de lo que se avanzaba en aquella compleja y difícil tarea. Con cada noticia se me apretaba un nudo en la garganta, cada una me traía el recuerdo de Tony, Eduardo y Marcos, mis compañeros de misión internacionalista durante los todavía recientes días de 1987 y 1988. Entre los corresponsales de guerra, casi nos habíamos acostumbrado a la idea de que nada nunca nos pasaría, por mucho que fuéramos cada vez más al sur para narrar la vida de los héroes que escribían la historia poniendo el pecho a las balas, los hostigamientos, las minas. Tony, Eduardo y Marcos habían regresado siempre de lugares donde la guerra se libraba de forma intensa, de Cuito Cuanavale por ejemplo, hasta un día que ya no volvieron, por un error de manicomio que derribó un avión de los nuestros en dirección a la sureña localidad de Tchamutete.
Pensaba en ellos y en las madres y seres queridos que en Cuba mantuvieron una actitud heroica expresada en una resuelta serenidad, apoyo y comprensión hacia quienes combatían lejos. Otras veces, cuando una noticia aciaga llegaba desde tierra africana, en medio del dolor inconmensurable, se erguían y expresaban el orgullo por quienes habían dado todo en lucha contra el colonialismo, el imperialismo, el racismo.
como señal de fuerza y lucha. Un letrero inscrito en una pared alta clamaba: “Libertad total para África”. Meditaba y escribía:
“No importa que el tiempo haya descolorido las letras si se van haciendo realidad palpable los sueños, amalgamados con el sudor de unos y la sangre de otros. Y ahora que me encuentro nuevamente con este ambiente de FAPLAS vestidos de campaña, mujeres laboriosas y niños de mirada optimista; ante la declaración de independencia de Namibia y la seguridad de las fronteras angolanas, pienso que todo lo que se hizo, no fue en vano. 28 de noviembre de 1989.”
En el acto de despedida de duelo a nuestros internacionalistas caídos en el cumplimiento de honrosas misiones militares y civiles que tuvo lugar en El Cacahual, el 7 de diciembre de 1989, Fidel expresó:
“Fue siempre de profunda significación para todos los cubanos la fecha memorable en que cayó, junto a su joven ayudante, el más ilustre de nuestros soldados, Antonio Maceo. Sus restos yacen aquí, en este sagrado rincón de la patria.
“Al escoger esta fecha para dar sepultura a los restos de nuestros heroicos combatientes internacionalistas caídos en diversas partes del mundo, fundamentalmente en África, de donde vinieron los antepasados de Maceo y una parte sustancial de nuestra sangre, el 7 de diciembre se convertirá en día de recordación para todos los cubanos que dieron su vida no solo en defensa de su patria, sino también de la humanidad. De este modo, el patriotismo y el internacionalismo, dos de los más hermosos valores que ha sido capaz de crear el hombre, se unirán para siempre en la historia de Cuba. […]
“A esta hora, simultáneamente, en todos los rincones de Cuba de donde procedían, se da sepultura a los restos de los internacionalistas que cayeron en el cumplimiento de su noble y gloriosa misión.
“Creía el enemigo imperialista que ocultaríamos las bajas en Angola, la misión más prolongada y compleja que cumplió ya 14 años, como si fuera una deshonra o una mancha para la Revolución. Soñaron durante mucho tiempo que fuera inútil la sangre derramada, como si pudiera morir en vano quien muere por una causa justa. Mas si solo la victoria fuera el vulgar rasero para medir el valor del sacrificio de los hombres en sus justas luchas, ellos regresaron además con la victoria.
“Los espartanos decían: `Con el escudo o sobre el escudo´. Nuestras tropas victoriosas regresaron con el escudo.”
