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Foto: Archivo COCO. |
Por: Jorge Ernesto Angulo Leiva
Ciclistas, aficionados de ese deporte en Cuba y quizás hasta las bicicletas sintieron como suyo el asesinato de Reinaldo Paseiro, el 11 de junio de 1973.Los causantes de su muerte tal vez ni sospechaban cuántos sueños sobre ruedas impulsó el nacido en la calle Peña Pobre, de La Habana, en 1925.
En travesuras de quinceañero, comenzó a medirse encima de la pista asfaltada del parque José Martí, en el Vedado, del municipio Plaza.
Acaparó los lauros en la edición inicial de la Vuelta a su urbe, celebrada en 1945. Tras ese triunfo, mereció la inclusión en los V Juegos Centroamericanos y del Caribe con sede en Barranquilla, un año después.
Asistió a la localidad colombiana sin experiencia en velódromos, sin el vehículo ideal y con menos apoyo gubernamental aún.
Sin embargo, le sobró el talento y la potencia para regalarle al ciclismo de la Isla sus dos primeras medallas en certámenes regionales.
Superó al panameño Oscar Layne y al mexicano Prudencio Díaz para detener el tiempo en 1:11.6 minutos, concluida la contrarreloj a lo largo de un kilómetro. En la velocidad ocupó el último escalón del podio.
Durante los siguientes Centroamericanos de Ciudad Guatemala 1950 conservó su reinado individual y compartió la plata en la persecución por equipos junto a Oscar Hevia, Leopoldo Posada y Leonardo Rodríguez.
Disfrutó la estancia en el territorio olímpico de Londres 1948 y terminó decimosexto en el kilómetro, además de una victoria en el repechaje de la velocidad contra el indio Rusi Feroze.
El calificado Amo del Caribe decidió su retiro con solo tres décadas de vida, pero apenas empezaba a aportar a la práctica de sus amores, en funciones como entrenador y comisionado.
Fundó una academia, semilla de la actual Federación Nacional y creó las Vueltas a Cuba, inauguradas el 11 de febrero de 1964, cuando su brazo bajó la bandera de cuadros en la Ciudad Escolar 26 de Julio, en Santiago.
El velódromo, construido para la cita panamericana de la capital cubana, en 1991, exhibe su nombre. Más allá de ese homenaje, los continuadores del “Gallego” deben mantener su ejemplo en montañas, pistas y carreteras.
En travesuras de quinceañero, comenzó a medirse encima de la pista asfaltada del parque José Martí, en el Vedado, del municipio Plaza.
Acaparó los lauros en la edición inicial de la Vuelta a su urbe, celebrada en 1945. Tras ese triunfo, mereció la inclusión en los V Juegos Centroamericanos y del Caribe con sede en Barranquilla, un año después.
Asistió a la localidad colombiana sin experiencia en velódromos, sin el vehículo ideal y con menos apoyo gubernamental aún.
Sin embargo, le sobró el talento y la potencia para regalarle al ciclismo de la Isla sus dos primeras medallas en certámenes regionales.
Superó al panameño Oscar Layne y al mexicano Prudencio Díaz para detener el tiempo en 1:11.6 minutos, concluida la contrarreloj a lo largo de un kilómetro. En la velocidad ocupó el último escalón del podio.
Durante los siguientes Centroamericanos de Ciudad Guatemala 1950 conservó su reinado individual y compartió la plata en la persecución por equipos junto a Oscar Hevia, Leopoldo Posada y Leonardo Rodríguez.
Disfrutó la estancia en el territorio olímpico de Londres 1948 y terminó decimosexto en el kilómetro, además de una victoria en el repechaje de la velocidad contra el indio Rusi Feroze.
El calificado Amo del Caribe decidió su retiro con solo tres décadas de vida, pero apenas empezaba a aportar a la práctica de sus amores, en funciones como entrenador y comisionado.
Fundó una academia, semilla de la actual Federación Nacional y creó las Vueltas a Cuba, inauguradas el 11 de febrero de 1964, cuando su brazo bajó la bandera de cuadros en la Ciudad Escolar 26 de Julio, en Santiago.
El velódromo, construido para la cita panamericana de la capital cubana, en 1991, exhibe su nombre. Más allá de ese homenaje, los continuadores del “Gallego” deben mantener su ejemplo en montañas, pistas y carreteras.
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