Celia y el latido maternal de un país

Celia Sánchez Manduley. Foto tomada del sitio web del periódico Trabajadores.

Por: Redacción Digital

Qué capricho hermoso del destino aquel que hizo coincidir, en una misma fecha, el primer agasajo en Cuba por el Día de las Madres, y el nacimiento, justo esa jornada, en Media Luna, de una niña especial, que andando el tiempo se convertiría en el regazo maternal de un país.

Qué dicha grande la del padre Manuel, al descubrir en aquella pequeña traviesa a la bondad misma hecha persona. Ella, protagonista de ingeniosas bromas infantiles, como colocar bibijaguas en el bolsillo de un varón necio, también recaudaría monedas, durante todo un año, para comprarles juguetes a los niños pobres del pueblo; acompañaría al progenitor a curarles el cuerpo y el alma a los "sin nada"; y de su mano subiría al Turquino para honrar al Apóstol en el centenario de su natalicio.

Qué mezcla asombrosa la de aquella jovencita dulce y temeraria, que fue baluarte de un movimiento clandestino en la lucha contra los vejámenes batistianos que hostigaban a un pueblo; la organizadora del abrazo campesino que salvó el rumbo de los expedicionarios tras un desembarco azaroso; y la que luego se fue a los lomeríos de fuego como la primera mujer de verde olivo, con una carabina al hombro, devenida un combatiente más.

Bien lo afirmaría Raúl Castro Ruz, en abril de 1957, cuando le escribiera desde la Sierra Maestra: "Tú te has convertido en nuestro paño de lágrimas más inmediato, y por eso todo el peso recae sobre ti; te vamos a tener que nombrar madrina oficial del destacamento".

Luego, con el triunfo de enero de 1959, su esencia maternal se multiplicaría y esparciría por toda la Isla. En su pecho encontrarían abrigo los niños huérfanos, las madres hasta entonces carentes de derechos, los campesinos más humildes, los pescadores y obreros… la nación toda.

Huidiza para recibir elogios y reconocimientos, pero pródiga para ofrecer el aliento protector de una madre que no necesitó nunca los lazos de la sangre para anidar en el pecho de la gente, Celia Esther de los Desamparados, nuestra eterna Celia, renace en el perfume de las flores, en el detalle y el ejemplo… en las esencias de la Patria y en el epíteto que mejor la define: madrina de todos.

Texto: Mailenys Oliva Ferrales
Tomado de: Sitio web del periódico Granma

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