No fuimos felices con el reciente mundial de boxeo

Foto: IBA.

Por Víctor Joaquín Ortega


No podemos sentirnos felices con nuestros resultados en el más reciente Campeonato Mundial de Boxeo. Más allá de las estadísticas y los pronósticos, aunque fueron comedidos, estuvimos por debajo de lo esperado y de la calidad de la proa del deporte cubano.

Alegres con lo mostrado por los más nuevos, quienes tuvieron que asumir los puestos de aquellos con el oído presto —y el corazón— a los cantos de sirena, pues prefirieron “…las arcas de dinero, cuyo cuño suele ser marca de infamia para el alma…”, mientras se baten ante todo “por unos cuantos dineros…”, como escribió José Martí, en 1888, sobre los participantes en la extrema caminata albergada por el Madison Square Garden, templo del horror más que de la gloria.

También me satisfizo que los entrenadores no permitieran a Fernando Arzola seguir en el combate desigual. Recordé una especie de lema que teníamos: el de no tirar la toalla jamás. Dañamos con él: la salud de una persona vale mucho más que todas las medallas atléticas del mundo por hermosas que sean. No se debió permitir que Jorge Luis Romero siguiera en la pelea por el título en el I Mundial de La Habana 1974. Sin posibilidad de vencer, lo mantuvieron entre las cuerdas. La paliza recibida lo sacó en la práctica de su carrera y golpeó para siempre su salud física y mental.

Otro suceso correcto: en el clásico actual, los médicos no dejaron volver al ring por las lesiones a varios atletas aun cuando fueran a disputar preseas. Son boxeadores no son gladiadores, aunque muchos promotores, organizadores y funcionarios crean lo contrario.

Feliz porque nuestra Escuela Nacional de Boxeo, esa rumba ascendida al cuadrilátero, sigue siendo la más hermosa, al calor de dar y que no te den de Kid Chocolate, convertida en el que “no te den y dar” por Alcides Sagarra y Sarvelio Fuentes, dirigidos al inicio por ese respetado comisionado nacional y federativo internacional de la disciplina, Waldo Santiago. No por gusto en varias esquinas hay instructores cubanos y ya se ve su huella en la acción y el avance de otras naciones.

No obstante, esa escuela antillana tiene que adaptarse a los nuevos tiempos: continuidad y ruptura van del brazo o el dogmatismo impone su equivocado paso y, en este ámbito, el guaguancó pierde el ritmo. Hay momentos en que debemos “fajarnos”, con inteligencia, habilidad, pero sin eludir los intercambios necesarios y la proyección de ofensivas y contrataques efectivos. Lo debemos hacer sobre todo en los finales de cada round y en el último asalto. Lo que ocurre en el capítulo de cierre influye y en ocasiones determina en la opinión de los jueces y hasta del público. Por cierto, hay cada juez que situó los ojos en lo podrido con decisiones cuestionables.

Hay más: nos faltan potencia en la pegada, superior asimilación. El regodeo en el baile es malo y a jab solo no es fácil ganar. Ni siquiera con el famoso de Esparraguera y los de más acá, los de Teófilo Stevenson, capaces de poner a dormir.

El jab abre caminos para golpes esenciales y no nos podemos quedar en la contradanza. Puedes dar tres por uno, pero si el uno es más potente, se fija mejor en la mente de quienes juzgan: vale por los tres.

En cuanto a ese estilo de pegar y agarrar de muchos contrincantes, siempre ha existido y los nuestros han sabido vencerlo. Es igual que un equipo de fútbol que se encadena a la defensa con tanto de antifútbol. Los oponentes no pueden cruzarse de brazos y piernas y deben imponer su arte, su destreza. Tarde o temprano, la ofensiva no podrá ser parada y el balón anidará en las redes. Hay que refrescar nuestra escuela: la dialéctica no es una palabra para guardar en el libro cuando lo cerremos.

Sin embargo, no abundaron las malas decisiones y, en cuanto a la delegación de la Mayor de las Antillas, solo le robaron la victoria en el pase a semifinales al pinareño Roniel Iglesias. Sin negar ciertas tendencias favorecedoras a la sede, nada nuevo en los diversos torneos deportivos.

Voy hacia los narradores-comentataristas: muy bien como siempre Luis Alberto Izquierdo, de los grandes de la narración en las lides del músculo. Jimmy Castillo y Melissa Blanco tampoco cayeron en el chovinismo y dieron muestras de profesionalidad y conocimiento boxístico.

Quiero agregar que la FIFA no es el único organismo que se ligó muchísimo a la corrupción. Y la IBA tiene sus zancadas bien probadas de errores de este tipo y arrastra varias cuentas de protección. Y con una lluvia de plata no se limpian las manchas. Al contrario, se les agrega más hedor.

En cuanto a los reveses de los que llevamos como favoritos, los recién llegados han bebido en lo mejor del manantial de aquellos. Y deben seguir haciéndolo sin dejar fuera a los de otras épocas. Añado: porque ahora no pudieron traer galardones no sería justo soslayarlos. Fidel Castro, al respecto dijo: “A nuestros atletas no solo hay que aplaudirlos cuando vienen con medallas, hay que recibirlos con afecto de hermanos, hay que recibirlos como cuando obtienen una victoria (28 de septiembre de 2000)”.

Ah, el caso de Yoenlis Feliciano. Boxeó muy bien, mereció su segundo título. Tiene para ceñirse la corona olímpica. Pero su decisión no nos hizo felices. Duele, pese a que cada cual tiene derecho a vivir donde quiera y a escoger el camino deseado. Aunque estoy en contra de usar la delegación con el objetivo de abandonar la patria.

No obstante, me pregunto, ¿qué atención espiritual y material le fue dada? Los profundos escritos publicados en el semanario Trabajadores y las entrevistas realizadas por Aurelio Prieto Alemán y Carlos Hernández Luján para la televisión muestran grandes deslices en este sentido, cuando sus entrevistados alegan que se les ha olvidado o brindado escasa atención. No son pocas las desgarraduras sufridas por las glorias del deporte. Martí esclarece: “Pues si hay miserias y pequeñeces en la tierra propia, desertarlas es simplemente una infamia y la verdadera superioridad no consiste en huir de ellas, ¡sino en ponerse a vencerlas!”.

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