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Por: Leydis Luisa Mitjans
Más allá de la utopía. Las relecturas de la historia, fue una exposición inaugurada como parte de las actividades de la XIII Bienal de La Habana. Uno de los cuadros que la conformaban fue Rectificaciones a la obra de Armando Menocal “La muerte de Maceo”, del artista José Manuel Mesías. Un trabajo que entonces recolocó en la palestra pública las interrogantes de siempre. ¿La historia de las guerras la escriben los vencedores, los vencidos, los protagonistas, los testigos de la distancia, los que no dejaron morir las anécdotas que contaban los mayores?
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Sobre la muerte de Maceo existen más de 30 versiones y numerosos estudios, entre ellos los realizados por el historiador Antonio Néstor Álvarez Pitaluga, en cuyas investigaciones se basa la obra de José Manuel Mesías. Sin embargo, la (válida) rectificación artística no cambia ―no tendría por qué hacerlo, si fuera posible― el hecho de que no hay Historia sin cuestionamientos. Ella es, en sí misma, un constante repensar de los acontecimientos del pasado. Sin embargo, era evidente antes del cuadro de Mesías, y más aún después de él, que la muerte de Maceo contada por Armando García Menocal, tiene importantes licencias históricas.
¿Eso lo hace menos valioso? ¿Le resta importancia a una obra fundamental dentro de la plástica cubana? ¿Demerita a uno de los artistas más importantes de su tiempo? ¿No es precisamente el arte un lugar de posibilidades infinitas?
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Cuenta el periodista Pedro Antonio García Fernández que, “mientras impartía clases de pintura en San Alejandro, durante la etapa neocolonial, a Armando García Menocal le gustaba narrar a sus alumnos historias de la guerra del 95, en la cual había sido combatiente”. Nacido en La Habana, un 8 de julio de 1863, se incorporó a la llamada Guerra Necesaria en 1895, donde participó en la Invasión a Occidente, liderada por Máximo Gómez.
Las páginas de la historia relatan que después de las batallas dibujaba cuadros sobre sus vivencias, que luego eran vendidos en el exterior, y con el dinero recaudado compraban armas para el ejército. Al parecer, su talento artístico llamó la atención de Maceo, de quien, se dice, fue amigo entrañable.
“Los valores artísticos de Armando García Menocal no pueden verse desligados de los valores patrióticos que lo convirtieron en cronista visual de nuestra última guerra de independencia (…). Esta línea de creación personal derivada de las emergencias propias de la guerra, tendría su correlato mayor en la República, cuando magnificó el asunto histórico en un número de obras pictóricas realmente emblemáticas de nuestra identidad visual, con las cuales el pintor vino a llenar el vacío dejado por la falta de testimonios fotográficos sobre tales hechos, bien por corresponder a períodos históricos anteriores a su invención o por las limitaciones técnicas que todavía presentaba este lenguaje para captar la dinámica de los combates”, escribió Jorge Bermúdez, profesor de Arte y Comunicación de la Universidad de La Habana.En este sentido, “La muerte de Maceo” es su obra más significativa.
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De acuerdo con una reseña publicada por el Museo de la Ciudad en la red social Facebook, uno de los grandes logros estéticos del arte academicista en la etapa republicana es la composición pictórica La muerte de Maceo, creada en 1908, por encargo del Ayuntamiento de La Habana. Esta obra fue enviada, a petición del General Loynaz del Castillo, a la Exposición de California de 1915, donde fue premiada con Medalla de Oro. Además, su imagen formó parte de la serie de sellos postales emitida en 1945.
De ella dijera Ramón Vasconcelo:
De ella dijera Ramón Vasconcelo:
“(…) Cuando tuvo que pintar la caída del epónimo de Punta Brava, nadie pudo superarlo en la veracidad del arte y de la historia; fue su cuadro, pese a dudas entre jefes, la verdad más verdadera sobre aquella hecatombe de la insurrección”.El cuadro es sobrecogedor. En primer plano Antonio Maceo vistiendo el uniforme de batalla, cubierto con manchas de sangre, sostenido por un grupo de mambises que intentan alzarlo. El General con la cabeza hacia atrás y los brazos extendidos a ambos lados. En la parte derecha se observa un caballo junto al que se halla Panchito Gómez Toro con un brazo herido. A la izquierda, un soldado que apunta con su rifle al enemigo que no es visible en el cuadro. En segundo plano, un grupo cabalga en dirección a Maceo. Al fondo, un paisaje de palmas.
Más allá de los errores históricos, la obra tiene un valor artístico incuestionable, toda vez que responde a la estética marcada por los valores clásicos del siglo XIX. “Dotado de una técnica rigurosa al estilo de muchos de sus contemporáneos europeos, formó junto a Leopoldo Romañach lo más selecto de ese período entre siglos. Su uso de la luz, con algunas influencias impresionistas, la fuerza de su color y el cuidado del detalle al extremo fueron sus valores”, presentes también en la clásica “Muerte de Maceo”, reseña el portal digital Fotos de La Habana.
De igual modo, sobresale en la pintura su valor histórico, como testimonio de un acontecimiento trascendental:
“Las inexactitudes históricas (mentira histórica) que tanto hicieron protestar y polemizar a varios de los mambises presentes o relacionados con la muerte de Antonio Maceo, no demerita en lo absoluto la belleza estética de la obra como un gran logro del academicismo cubano dentro de su larga tradición desde comienzos del siglo XIX. No obstante, su deconstrucción histórica nos permite establecer móviles ideológicos de clase y grupos hegemónicos para legitimar sus status sociales más allá de las ambiciones personales de dos hombres y comprender cómo desde el arte se puede conocer la organización social y el carácter relacional de una época”, reseña el historiador Antonio Álvarez Pitaluga en el artículo La caída de un héroe y el secuestro de un mito.
Y finaliza Pitaluga:
“Maceo siguió siendo el héroe del pueblo. Es el héroe que observamos con éxtasis sobrecogedor en una obra que nos invita a volver una y otra vez para disfrutar de un deleite visual que nos enriquece intelectualmente. En ella permanece todavía el más importante legado de Antonio Maceo: no haber muerto, sino estar allí, detenido en el tiempo en espera de todos los cubanos para proseguir el camino de la independencia mientras que el eco de sus palabras siguen haciendo vibrar el óleo. ¡Esto va bien!”