Foto: Centro Caribe Sports. |
Por Víctor Joaquín Ortega
El velocista panameño Reginald Bedford llegó a La Habana en 1930 con ínfulas de gran as y en sus sueños se veía el rey de los 100 metros planos de los II Juegos Centroamericanos. Calidad suficiente tenía, aunque molestaba con su mirada altanera y hasta despreciativa hacia sus rivales.
Pablo de la Torriente Brau (1901-1936) fue el periodista que mejor reflejó e interpretó el certamen. No se quedó en lo noticioso, el reporte, las actividades en la pista, el campo, la piscina, el estadio. Llegó mucho más allá de la emoción y el canto: reflexionó, sin dejar por ello de darnos con sus palabras un filme de la justa con sus sinsabores y sus alegrías, criticar lo deleznable y aún usar sus líneas para atacar con inteligencia y creatividad el machadato, que usaba el certamen para intentar tapar sus crímenes.
La labor de Pablo recuerda el pensar de Goya cuando expresó que la fantasía separada de la razón creaba monstruos y si se conjugaban abrían la puerta a la belleza y el arte. Pienso que también a la verdad. José Martí, en Variedades de París, texto en el que no se muestra encandilado por la luz de la capital de Francia, expresa: “Yo comprendo que esto es una crónica rara, pero yo no puedo excusarme de amar más una reflexión que una noticia”. De la Torriente Brau tampoco abrazó una excusa de este tipo.
En el periodismo, con abundancia en las lides del músculo, la apología invade en demasía e incluso se amarra a la ridiculez. A Pablo no le ocurrió. En cuanto a Bedford, lo retrató en el texto El negro griego. Léanlo:
“En el cuarto de taquillas, Bedford, negro como el casco de un buque negro, se viste. Tiene la musculatura ágil y perfecta, y brilla como una moneda de oro negro. Tiene el perfil jactancioso y el aire pedante y tonto de casi todos los atletas estrellas. Y todo en él es negro y perfecto como un griego que fuera perfecto y negro”.
Lo siento gozar posteriormente cuando escribe a galope las líneas que ofrecen la humillación sufrida por Reginald: “¡Atletas, en sus marcas, listos…! Pam! Ya vienen. Pasan como relámpagos negros, blancos y a la mitad… Y se tiran todos de golpe contra la cinta que rompe primero, el negro Torriente, seguido al centímetro por el blanco Alfonso, cubanos ambos y vencedores los dos de Berdford, la tremenda amenaza de Panamá”.
Después, el escritor se sintió de nuevo feliz al describir la lucha en el relevo corto en Los cuatro jinetes de la victoria, cuando Torriente, Conrado, Seino y Alfonso se impusieron seguidos de México y Panamá. El citado istmeño era el cerrador de su cuarteto. Hasta en el relevo le fue esquiva la corona de la velocidad. Si bien Bewrford brilló en la pista y resultó uno de los más destacados participantes en los Juegos: dominó los 200 y los 400 llanos con 22.2 y 49.5 segundos (nuevo récord), respectivamente, se quedó con los deseos de vencer en la prueba reina.
Cuatro años después en San Salvador, buscó el desquite. Fracasó. Lo derrotaron dos cubanos: Conrado Rodríguez y José Acosta, quienes lo lanzaron al peldaño de bronce.
La labor de Pablo recuerda el pensar de Goya cuando expresó que la fantasía separada de la razón creaba monstruos y si se conjugaban abrían la puerta a la belleza y el arte. Pienso que también a la verdad. José Martí, en Variedades de París, texto en el que no se muestra encandilado por la luz de la capital de Francia, expresa: “Yo comprendo que esto es una crónica rara, pero yo no puedo excusarme de amar más una reflexión que una noticia”. De la Torriente Brau tampoco abrazó una excusa de este tipo.
Foto: Trabajadores. |
En el periodismo, con abundancia en las lides del músculo, la apología invade en demasía e incluso se amarra a la ridiculez. A Pablo no le ocurrió. En cuanto a Bedford, lo retrató en el texto El negro griego. Léanlo:
“En el cuarto de taquillas, Bedford, negro como el casco de un buque negro, se viste. Tiene la musculatura ágil y perfecta, y brilla como una moneda de oro negro. Tiene el perfil jactancioso y el aire pedante y tonto de casi todos los atletas estrellas. Y todo en él es negro y perfecto como un griego que fuera perfecto y negro”.
Lo siento gozar posteriormente cuando escribe a galope las líneas que ofrecen la humillación sufrida por Reginald: “¡Atletas, en sus marcas, listos…! Pam! Ya vienen. Pasan como relámpagos negros, blancos y a la mitad… Y se tiran todos de golpe contra la cinta que rompe primero, el negro Torriente, seguido al centímetro por el blanco Alfonso, cubanos ambos y vencedores los dos de Berdford, la tremenda amenaza de Panamá”.
Después, el escritor se sintió de nuevo feliz al describir la lucha en el relevo corto en Los cuatro jinetes de la victoria, cuando Torriente, Conrado, Seino y Alfonso se impusieron seguidos de México y Panamá. El citado istmeño era el cerrador de su cuarteto. Hasta en el relevo le fue esquiva la corona de la velocidad. Si bien Bewrford brilló en la pista y resultó uno de los más destacados participantes en los Juegos: dominó los 200 y los 400 llanos con 22.2 y 49.5 segundos (nuevo récord), respectivamente, se quedó con los deseos de vencer en la prueba reina.
Cuatro años después en San Salvador, buscó el desquite. Fracasó. Lo derrotaron dos cubanos: Conrado Rodríguez y José Acosta, quienes lo lanzaron al peldaño de bronce.
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