Fidel
Castro reflexionó acerca de la
relevancia que tiene el trabajo de los jurídicos en la
gestión del Gobierno. Foto: Tomada de El Mundo
Por: Redación Digital
El 8 de junio de 1863, el intelectual y patriota cubano Ignacio Agramonte y Loynaz concluyó con sobresalientes notas su ejercicio de grado para titularse en Derecho Civil y Canónigo.
Por esa razón, cada año en esta fecha se celebra el Día del Trabajador Jurídico, una fiesta de los hombres y mujeres del sector que garantiza en el país la justicia y el orden.
Felicidades a los trabajadores del sector jurídico en su día, incansables batalladores por la verdad y la justicia, quienes han desarrollado en los últimos años un amplio y profundo proceso legislativo. #Cuba #MejorEsPosible pic.twitter.com/qXoCHnaqRB
— Dr. Roberto Morales Ojeda (@DrRobertoMOjeda) June 8, 2023
Fidel Castro, que también estudió Derecho, reflexionó en una ocasión acerca de la relevancia que tiene el trabajo de los profesionales de este ámbito en la gestión del Gobierno. A 64 años de ese histórico discurso, Fidel continúa a nuestro lado:
FRAGMENTOS DEL DISCURSO PRONUNCIADO POR EL COMANDANTE FIDEL CASTRO RUZ, PRIMER MINISTRO DEL GOBIERNO REVOLUCIONARIO, EN EL ACTO DE CELEBRACION DEL DÍA DEL JURISTA, EN EL HOTEL HABANA-HILTON, EL 8 DE JUNIO DE 1959.
Compañeros abogados:
Es para mí, sinceramente, una oportunidad emocionante esta de hablarles a mis compañeros de profesión.
Entre tantas comparecencias y entre tantos discursos, quizás ninguna prueba más difícil que esta precisamente, porque les hablo a los míos (Aplausos), a los que hemos tenido una formación igual y a los que, además, como abogados que somos —espíritus polémicos y espíritus críticos—, naturalmente entienden de emociones pero sobre todo entienden de razones.
Hoy somos, por encima de todo aquí, abogados. Ese concepto es el que nos une, aunque puedan separarnos conceptos más o menos radicales, ideas más o menos radicales, temperamentos más o menos radicales.
Aquí presentes hay, entre abogados, ministros, magistrados, jueces, fiscales, abogados en general. Unos acusan, otros defienden, otros deciden; unos hacen leyes, otros las interpretan. Es decir que cada uno de nosotros en nuestra vida cotidiana hace algo diferente. Nuestras funciones son bastante diferentes, sin embargo, aquí nos une un concepto: somos hombres de derecho, hemos estudiado el derecho y nos hemos dedicados al derecho.
Nosotros, los que somos aquí ministros —porque debe decirse que posiblemente nunca haya habido tantos abogados en un gobierno, puede decirse que este es un gobierno de abogados revolucionarios—, tenemos quizás una de las funciones más difíciles, que es la función de hacer las leyes revolucionarias, aunque afortunadamente hemos contado con un valiosísimo ministro, miembro prominente del colegio, el doctor Dorticós, entre otros (APLAUSOS), a quien afectuosamente los demás ministros le solemos llamar “El Congreso” (RISAS), porque es el que redacta las leyes y por cuyas manos pasan las iniciativas y las medidas legales del gobierno.
Es una tarea difícil, porque una revolución, si es una revolución como esta, que es una revolución... vale la pena recalcarlo, porque muchas veces hemos oído llamar a cualquier cosa una revolución. Los autores del golpe del 10 de Marzo decían que habían hecho una revolución, y en nombre de las palabras revolucionario o revolución, se han cometido incluso muchos actos contrarrevolucionarios y muchas fechorías.
En realidad, revoluciones en el mundo ha habido muy pocas. La palabra incluso ha llegado en ciertas circunstancias a ser antipática por los hechos que bajo su manto se han tratado de cubrir. Pero en verdad, como todos nosotros sabemos por lo que hemos estudiado de historia, revoluciones en el mundo —es decir, cambios verdaderamente profundos y justos— ha habido muy pocas. Y no por falta de intenciones, porque muchos han sido los esfuerzos del hombre en todas las latitudes por alcanzar estados superiores y más justos de convivencia, donde se hagan posibles las aspiraciones del hombre.
Una revolución implica cambios, cambios que necesariamente chocan con el estado social existente, con los intereses existentes, y naturalmente que concita contra sí toda una serie de fuerzas poderosas: las fuerzas de los que han estado detentando el poder y los privilegios, las cuales lógicamente tratan de defender por todos los medios posibles esas ventajas que han estado disfrutando, no se resignan tranquilamente a perderlas.
Los que conocen la historia de las revoluciones saben de las tremendas dificultades que han tenido que vencer para llegar a ser realidades, para obtener en muchas ocasiones una parte siquiera de lo que pretenden, porque son muchos y muy poderosos los intereses que se oponen a ellas, y particularmente en nuestro caso cubano, porque contra nuestra Revolución no solo se concitan intereses internos —que los hay, no debemos cegarnos, y aunque nos duela tenemos que reconocer que contra ella se concitan poderosos intereses internos, no por el número, sino por sus recursos, por su influencia, por su maña e incluso porque cuentan a su favor con todas las ventajas que implica el estado de ruina, de incultura y los malos hábitos y vicios que durante años, decenas de años, y en ocasiones siglos, han sembrado en los pueblos—, contra nuestra Revolución se concitan intereses extraños a la nación.
Puede decirse que se concitan todos los intereses que en los demás pueblos de nuestro continente temen a una revolución como esta, temen el triunfo de una revolución como esta, no porque cuando nosotros hagamos una ley revolucionaria los estemos perjudicando en sus propios intereses, sino porque la nación cubana está dando un ejemplo, porque todos los pueblos de América tienen puestos sus ojos en la nación cubana, y los intereses creados en otros países, los órganos de publicidad de esos intereses, los voceros de esos intereses, adivinan que el ejemplo de nuestra Revolución puede despertar la conciencia de otros pueblos que están padeciendo los mismos males que nosotros hemos padecido y de los cuales estamos tratando de librarnos, y esa conciencia pueda despertar y luchar en aquellos países por los mismos propósitos que estamos luchando nosotros aquí.
(...)
Lo que queremos es cumplir un objetivo. El objetivo de los gobiernos —y eso lo estudiamos todos nosotros en la Teoría del Estado— es la felicidad de los pueblos. Ese es el objetivo que nos proponemos perseguir, equilibrando, regulando, redistribuyendo, haciéndolo con formas humanas, sin empleo de violencia, sin empleo de métodos drásticos, porque es esta precisamente la única Revolución en el mundo que ha usado procedimientos tan suaves y tan humanos.
Tal parece que hay quienes se empeñan en concitar todos los obstáculos posibles, hay quienes se empeñan en llegar hasta las peores consecuencias y tratan de producir contracción, tratan de producir hambre, tratan de producir desempleo, para echarle la culpa no al egoísmo sino a la justicia, para echarle la culpa no al privilegio sino a la ley reivindicadora de la reforma agraria; provocar aquellos males por los cuales hayan de culpar a la Revolución; incitar pasiones; alentar a los criminales de guerra que conspiran desde fuera; alentar las agresiones contra Cuba, que no ha tenido más que soportar vejámenes, soportar agresiones y soportar humillaciones.
(VERSION TAQUIGRAFICA DE LAS OFICINAS DEL PRIMER MINISTRO)
Tomado de: Sitio web Fidel Soldado de las Ideas