Balado y Pedro Orlando, joyas habaneras sobre el ring


Por Víctor Joaquín Ortega

Roberto Balado Méndez (15-2-1969) obtuvo un puerto entre los 100 mejores deportistas cubanos del siglo XX por sus conquistas sobre el cuadrilátero. Se escribe fácil, pero debió batirse duro para llegar a lo más alto de su gran amor.

“El gordito ese no da boxeador más nunca”, dijo algún dogmático con poder y algunos le siguieron esa visión. Llamaron también "gordita" a Ana Fidelia Quirós y hasta quisieron sacarla del seleccionado nacional y del centro donde estaba ubicada. El jonronero Alfredo Despaigne no escapó del látigo de varios escépticos de las escuelas deportivas de Santiago de Cuba; debió refugiarse en las de Granma, provincia a la que ha dado tanta gloria. No se amilanaron y vencieron a los "miopes".

Balado, apoyado por quienes veían un futuro campeón en lo mostrado por  el muchacho en el adiestramiento y los combates, se convirtió en un “colado” en la llamada finca de los boxeadores. Aprovechó las oportunidades y adquirió un estilo propio en el que adaptó, bien guiado, la rumba de la Escuela Cubana de la disciplina con las cualidades propias.

Era un contendiente temible por esa rapidez de piernas y de manos difícil de encontrar entre los superpesados y porque, sin tener un punch extraordinario, sabía colocar los golpes para dañar a los contrarios en los sitios más débiles de cada uno. En él se juntaban el arte y el coraje de maravillas.

A quienes si les dio nocao fulminante fue a los  escépticos cuando triunfó en el Mundial Juvenil  de La Habana 1987, los Mundiales de Moscú 1989, Sydney 1991 y Tampere 1993 y las Copas del Mundo de 1980 y 1984, en los centrocaribes de Ponce 1993, los Panamericanos de La Habana 1991, en los mundiales  de Moscú 1989, Sydney 1991 y Tampere 1993 y las Copas Mundiales de 1990 y 1994. Su gran victoria en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992: medalla dorada y la Copa Val Baker al ser escogido el mejor y más técnico de la justa.

Tenía para muchísimo más cuando un accidente de tránsito nos lo robó el 2 de julio de 1994.

Sigo con otro capitalino. Pedro Orlando Reyes, nacido el 23 de febrero de 1957.  Brilló en la élite de los 51 kilos de su etapa, y lo demuestran sus títulos en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Santo 1986, y la gran fiesta americana de Caracas 1983, de la Copa Mundial acogida por Roma ese año, de los certámenes del orbe de 1986 y 1989, del Torneo de Retadores  de Los Ángeles 1984, las Espartaquiadas Militares de 1985 y 1989. En todas enfrentó a poderosos contrincantes.

En cuatro ocasiones ganó la presea principal en los centroamericanos de su deporte, nunca lo pudieron derrotar en siete encuentros Cuba-Estados Unidos y en su patria ascendió a lo más alto del podio siete veces en el Playa Girón y cinco en el Giraldo Córdova Cardín. Tampoco eran bocaditos de helado sus oponentes.

Sin embargo, no fue campeón olímpico, al no enviar la Mayor de las Antillas a Los Ángeles 1984 y Seúl 1988 debido a la solidaridad con la URSS y el campo socialista, en el primero de los casos, al bombardear los elementos más reaccionarios de Usa, aun mucho antes del arribo de la representación de dichas naciones, con una propaganda amenazante capaz de impulsar diversas agresiones hasta físicas; en el segundo, por una solidaridad humana con Corea del Norte y con el pueblo torturado de Corea del Sur.

Una clara prueba de las posibilidades de coronarse en estas magnas citas  son los contendientes doblegados por él en esas confrontaciones, no pocos de ellos con buenas actuaciones  en importantes competencias, incluso profesionales, Por ejemplo, en la batalla de los retadores en Los Ángeles 1984, superó a Steve McCrory, oriundo e ídolo de esa ciudad, y en los Panamericanos donde se impuso el cubano, Steve cayó al tercer peldaño. Y este atleta fue el as de los XXIII Juegos de Los Ángeles 1984 en 51 kilos.

Pedro Orlando Reyes se graduó de Licenciado en Historia y de profesor de educación física en la Universidad de las  Ciencias de la Cultura Física Comandante Manuel Fajardo.

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