Tenista María García, primera medallista cubana en lides centroamericanas. Foto: Artsports.
Por Víctor Joaquín Ortega
Al saber de una reciente discusión sobre nuestras primeras ases en los Juegos Centroamericanos y las justas panamericanas, refresqué mis conocimientos acerca del tema en varios textos relacionados con dichas competencias.
Para intervenir en la cuestión releí Colosos del atletismo en Juegos Olímpicos, Panamericanos y Centrocaribe y Juegos Panamericanos, de Enrique Montesinos; Deporte Cubano. Por un Camino de Victorias, de Armando Hernández; y Famosos y desconocidos. Cubanos en Juegos Olímpicos. de Irene Forbes, Ana María Luján y Juan Velázquez, fundamentalmente.
Llegan las mujeres a los centroamericanos en la segunda edición, La Habana 1930, y sus triunfadoras iniciales: la tenista María García en individuales y, junto a María Camacho, en dobles.
Algunos opinan que como fue entre rivales de la sede no deben tenerse en cuenta. Discrepo: actuaron y no eran culpables de la ausencia de representantes de las cinco restantes delegaciones.
Injusticia semejante cometeríamos si desconocemos a muchos de los medallistas de San Luis 1904, donde en bastantes ocasiones se efectuaron las lides nacionales de Estados Unidos en verdad, dada la débil asistencia por el poco desarrollo del transporte.
¿Eliminamos el oro del británico Wyndam Halswelle, quien corrió solo la carrera decisiva de los 400 lisos, al no presentarse los otros finalistas en protesta por la repetición de la prueba? Hay bastantes casos semejantes en diversos torneos, y ¿por qué ahogar en el río del olvido a los vencedores?
Sigo en el clásico de América Central y el Caribe. Aparece el combate en la piscina para las bellas en San Salvador 1935. La primera nadadora de la Mayor de las Antillas que se impuso fue María Carlota Llanio, en los 100 estilo libre. Su coterránea Margaret Chapman ganó dos galardones máximos.
Las practicantes del campo y la pista debutan en la lid istmeña. Allí, Florinda Viamonte se convierte en nuestra primera medallista internacional del atletismo en individuales: tercera con la jabalina. Marta Velazco, Carmen Ortega, Zenaida Castro y Olga Agüero, segundas en el relevo.
En Barranquilla 1946 me limitaré al atletismo: subtítulo en el dardo para Ángela Iglesias; bronce en el relevo y en el disco, Gloria Álvarez .
Guatemala 1950: Alejandrina Herrera, subtitular en el disco (31.78). Ciudad de México 1954: la discóbola Alejandrina Herrera se convierte, con 37.18 metros, en la primera monarca cubana en el atletismo centroamericano y es escogida como el mejor del año entre todos los deportistas de su patria, a pesar del gran esfuerzo en contra de no pocos dirigentes del ámbito del músculo en su patria. Esos, los mismos sinvergüenzas que le negaron un puesto en la delegación a los I Panamericanos, pese a lograr la marca exigida. Sobre su vida escribiremos próximamente.
Su paisana Bertha Díaz obtiene dos terceros premios: en los 100 lisos y como la rematadora en el relevo, formado también por Nereida Borges, Vilma Santos y Belkis Rodríguez.
Díaz fue la primera cubana en conquistar un cetro panamericano al ganar los 60 metros llanos con 7.5 segundos en México 1955.
En la cita azteca, Herrera terminó tercera con 38 metros. La corredora fue la dama plateada en las vallas cortas (11.8) y ascendió al sitio principal cuatro años después en Chicago: 11.2.
En los Centrocaribes de Kingston 1962. Alejandrina, plata. La vallista vence (11.1) y añade la alegría en salto largo (5.50). En su avance pesó el profesor polaco Vladimir Puzzio, quien apoyó al atletismo por esa época en nuestra nación. Fue la mejor atleta del país antes del triunfo de la Revolución y participó en dos Juegos Olímpicos.
En Melbourne 1956, primera de su nación en lograr ese honor, También estuvo en Roma 1960. Nunca pasó a la final.
Decidió emigrar. No comprendió el humanismo que se establecía en su tierra. Sin embargo, sería injusto y tonto desconocer lo que realizó en las lides del músculo. No existe quien se lleve su obra debajo del brazo sea atleta o escritor, músico o científico. Bertha Díaz le debe demasiado, sin despreciar la labor y las dotes personales, a la esencia de su país, a la huella universal y a sus entrenadores. Pero negarla sería negar la historia y negarnos. Murió a los 83 años en Miami, en noviembre de 2019.