Johnny Weissmüller, el Tarzán más famoso


Por Víctor Joaquín  Ortega

Obsérvelo nadar. Brazadas, uso de las piernas increíbles para la época. Es Johnny Weissmüller. Admírelo ahora que lo merece. Luego, este joven atleta estadounidense hará el ridículo de convertirse en el más famoso Tarzán: es decir, instrumento para tratar de adormecer conciencias y denigrar a África desde el cine.

Digo el más famoso porque no fue el primero: ese fue su coterráneo Herman Brix, según investigación del historiador cubano José Elías Bermúdez. 

El balista plateado de Ámsterdam 1928, al lesionarse la espalda, fue sustituido por Johnny, quien se quedó en la plaza. Aquel con el seudónimo de Bruce Bennett llegó más lejos como actor.

Otros tarzanes ases olímpicos: sus compatriotas Clarence Crabbe y Glen Morris. El primero conquistó el título en los 1 500 estilo libre de Los Ángeles 1932, bronce cuatro años atrás. El segundo, amo del decatlón en Berlín 1936. Clarence encarnó a Flash Gordon y Billy The Kid en la pantalla.

Retornemos a la piscina de París 1924,  Weissmüller, si no fuera por el corredor Nurmi, sería el monarca del certamen: con 17 años doblega al legendario Kahanamoku en los 100 estilo libre y derrota a Charlton y a Borg en los 400. Tercer máximo galardón al formar parte del conjunto de relevo  4x200 con 9: 53.4. minutos Rota la marca mundial. 

De muchacho, lo atacó la poliomielitis. En el lago Michigan se batió con las secuelas de la enfermedad. Y triunfó. 

Caballerizo de la  del Illinois Athletic Club, cuando no lo veían se zambullía en la piscina. Un día fue testigo de su nadar el célebre instructor William Bachroch. Le descubrió el brillo. Lo guió. Y el 9 de julio de 1922  su discípulo más destacado se convirtió en el primer ser humano en romper en los 100 metros la barrera del minuto al lograr 58.6.

En Ámsterdam 1928, dos premios de oro más: de nuevo el más veloz con 58.6, y al integrar el relevo vencedor con 9: 36.2. Ambos resultados mejoran los récords del clásico. Vuelva a admirarlo. Después, para  quienes piensen profundo, no le será posible en cuanto se le separe de lo deportivo. Será el más famoso hombre mono, narcótico e injuria racista bien camuflada. 

Su Jim de la Selva desde los filmes fue un abrazo desde el inicio  a la mediocridad.

Se matrimonió cinco veces, dilapidó una pequeña fortuna y, a los 72 años, ocupaba un  puesto de salario modesto en una oficina de relaciones públicas. En ese entonces, declaró en una entrevista esta opinión amorosa y útil sobre el deporte, para lo que de verdad sirvió: “El fastidio de nuestros días, es debido a que pocas personas hacen ejercicios. Para mí, lo que cuenta más es el corazón. Para que siga fuerte y resistente es necesario una buena sesión de sofoco para afirmarlo”. Enseguida se lanzó a la alberca.

Poco antes de su muerte fue internado en un hogar de ancianos, home en Estados Unidos. Había perdido el claro razonar y,  en ocasiones, recordaba su labor cinematográfico arrojándose de un mueble a otro. Hasta destrozó lámparas colgadas en el techo y se dañó, según reportes de periodistas.

Grande entre los grandes campeones, lástima que junto a sus lógicas  arrugas físicas y mentales y a su historial atlético, arrastrara el haberse prestado a ser puente utilizado para el "diversionismo" ideológico y la discriminación racial.

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