Por Víctor Joaquín Ortega
Cartel oficial de los I Juegos Centroamericanos y del Caribe México, en 1926. Foto: Periódico Trabajadores.
Con buenos pasos comenzó la joya atlética nacida en Ciudad de México 1926: los I Juegos Centroamericanos, con el correcto añadido: “y del Caribe” en su cuarta fiesta, celebrada en Panamá, en 1938.
Muchos de sus participantes, con los ases a la cabeza, más allá de la gloria y la fama, las medallas y los récords, ocupaban espacio en el alma de sus compatriotas y, con el tiempo, serían figuras mundiales en sus respectivas disciplinas, batidas de tú por tú con las estrellas de las potencias deportivas.
Ah, esa nueva atmósfera surgida desde su arribo. Directa o indirectamente pesaron en las diversas alegrías, no pocas de ellas hasta entonces increíbles, a pesar de que ni siquiera la Educación Física era una posibilidad masiva, ni los de abajo tenían las facilidades requeridas.
En los centrocaribes había una especie de paliativo: algún día el deporte para todos por el que luchó Pierre de Coubertin, en algunos lugres del planeta serían un derecho del pueblo.
Si usamos como termómetro a los Juegos Olímpicos, los centrocaribes están presentes, de alguna u otra manera, en lamedalla de plata del haitiano Silvio Cator con sus 7.58 metros en el salto largo de Ámsterdam 1928.
Similar puesto consiguió el boxeador mexicano Francisco Cabalías entre los moscas en Los Ángeles 1932, mientras su compatriota Fidel Ortiz quedó tercero en Berlín 1936, donde ganaron bronce la selección de baloncesto y de polo sobre caballos.
Cuatro años antes, en el territorio angelino. Otro azteca de nombre Gustavo Huet conquistó el subtítulo en fusil a 50 metros y varios de sus coterráneos tuvieron buenas actuaciones. A. Villanueva fue cuarto en a 25 metros, el gimnasta José Álvarez en Tumbling y los clavadistas Curiel y Flores Albo finalizaron quinto y sexto en plataforma, respectivamente.
Vendrían nuevos triunfos, todavía más
plenos y atrayentes. Sí, la cosecha avanzará, avanzará.