Foto: Cubahora
Por Víctor Joaquín Ortega
“Estaba el bacalao en su salsa, / y no me lo comí porque estaba muy salao…” Esa parte de la canción atrapa al profesor por encima de la sabrosa imagen que no se enlaza solo a lo alimenticio: le vitamina la imaginación, lo hace reflexionar. Va en busca de papel y algo para escribir. Las hojas sobre la mesa central del comedor. “Le queda poca tinta", piensa al levantar el bolígrafo, y agarra también un mocho de lápiz luego de sentarse. Ya está preparado. Pues a escribir. Y escribe. Leamos algunos de sus párrafos:
Si en una comida, en el café con leche, se te va la mano en la sal, ¡mi madre!, ¿quién se lo toma…? Si olvidas echarle, tampoco queda rico. Más desabrido que el caraj… No se quede en lo gastronómico. Esto ocurre a diario en cualquier sector de la vida. No estoy hablando de cuestiones sublimes, aunque ahí pasa también y con resultados funestos.
Si se te va la mano, más bien la boca, en el regaño a tu hijo, a tu nieto; en la crítica a un amigo, a un compañero de trabajo, puedes tener toda la razón, pero has salado esas relaciones. Te advierto, los que te escuchan no están de acuerdo con tu discurso: lo encuentran con demasiada sal pese a tener fundamento. Esas palabras no convencen aunque posean un argumento tremendo.
Contenido y forma deben aliarse o la derrota es segura, ¿quién se dispara algo de mal sabor de manera fácil? Cuando yo era un niño solían dar aceite de hígado de bacalao al que tuviera problemas en los huesos. A un amiguito con tendencia a las piernas arqueadas, ni con nalgadas se lo hacían tragar sin dificultades. Aparecieron unas píldoras de color y sabor de fresa encerrando esa sustancia, y se acabó el lío.
Ah, un compañero de labor, un amigo, tu hijo, tu nieto…fallan; no se comportan como deben hoy, mañana y pasado; se han acostumbrado a incumplir con la labor asignada porque no se entregan lo suficiente a ella, o le faltan el respeto a cualquiera, no te mantengas al margen. Si llegan a un camino extremo, una sanción incluso, te toca parte de esta al rehuir tu participación frente a los hechos anteriores.
No ver, no querer ver estos casos, abren el camino hacia un hueco, hasta empujan hasta el abismo. Callar, no criticar en busca de construir, ni llamar siquiera la atención, para no meterse en problemas, es permitir que el bacalao o el café con leche sean desabridos. Y serlo en la vida es mucho peor que en lo gastronómico.
Hay que cortar el paso a lo mal hecho, primero desde el ejemplo personal y a partir del amor, con inteligencia, tacto, sin grosería, autosuficiencia, mandonismo, desprecio; oyendo todas las partes, usando palabras convincentes A veces con dureza aunque jamás puedes dejar la ternura a un lado: intentas construir no destrozar. Si una puerta está trabada, en ocasiones debemos usar potencia mayor, lo que no incluye su rotura: la vamos a abrir, no tratamos de cerrarla.
El hombre revisa su texto. Al terminar, se levanta, recoge el papel, el bolígrafo- ya dijo fin -, y el mochito de lápiz que sacó la cara por este en el último párrafo. Entonces, echa unos pasillos al compás de la canción. Todavía escucha eso de… “Estaba el bacalao en su salsa, / y no me lo comí porque estaba muy salado” Eso sí, como jamás olvida ser profesor, le arregló la última palabra.