El poema de un viaje

Federico García Lorca, destacado poeta, dramaturgo y narrador.

 

 Lorca llegó a  La Habana y su paisaje urbano le pareció tan familiar, que el poeta aseguró que le parecía estar en España nuevamente.

Por: Sender Escobar

Federico comenzó a escribir para darle otro sentido a lo que sus ojos apreciaban y nació de ello su primer libro en 1918: Impresiones y paisajes, donde registró su peregrinaje dentro de España. Más la prosa no sería su género preferido, los versos y el teatro, igual que su personalidad, debían correr en libertad.

Abrumado por la preocupación de un encasillamiento que no deseaba por el éxito de su libro Romancero Gitano e invadido por la tristeza de la ruptura de uno de sus más intensos amores, invitado por un amigo, Lorca puso mar de por medio al desasosiego y llegó a América. 

En Nueva York descubrió las pasiones acantonadas en su alma, cuando alejarse de Europa propició transformar todo el torrente que llevaba dentro en poesía. Su estancia en New York sería definitoria en la obra y vida de Federico, pues expandió su humanidad y fe en las personas, más allá de cualquier frontera política.

Esos días serían convertidos también en un libro llamado: Poeta en New York  y conocería a un investigador cubano llamado Fernando Ortiz. El tercer descubridor de Cuba invitó a Federico a la mayor de las Antillas, para que realizara una serie de conferencias en la institución que representaba la: Sociedad Hispanocubana de Cultura y trajera de primera mano la obra literaria española de su propia voz.

Fuera de cualquiera academicismo, Lorca disfrutaba conferenciar, pues el dialogo para él  era otra manera de hacer y vivir la poesía.  Era marzo de 1930 y desde la Florida en un barco llamado ´´Cuba´´ Lorca desembarcó en una isla, donde sin esperárselo, viviría 3 meses.

La llegada a La Habana y su paisaje urbano le pareció tan familiar que el poeta aseguró que le parecía estar en España nuevamente por las similitudes entre La Habana y Cádiz. Cumplido sus compromisos con la Sociedad Hispanocubana, donde dictó cinco conferencias, Lorca se mezcló con la ciudad como si a ella perteneciese. 

Los pregones, la idiosincrasia, arquitectura y música hicieron del poeta un hombre feliz, a pesar de que el país atravesaba un difícil contexto político y social con el gobierno de Gerardo Machado.

Sus días habaneros fueron también la oportunidad que tuvo Federico para conocer a quienes admiraba. Uno de ellos, el poeta Enrique Loynaz. Un día  sin previo aviso, Federico llegó a la casa de los Loynaz.

La casualidad también ayudó a que desde ese momento fuera un visitante asiduo de la familia. Enrique ese día esperaba a un editor para que le firmase un contrato para la publicación de sus poemas. Cuando le notificaron a Enrique que un señor lo esperaba, este le hizo pasar a su habitación y sin decirle nada más le entregó unos papeles que Federico firmó sin preguntar.

Cuando el cubano comprobó por la rúbrica, que no era a quien esperaba si no otra persona, surgió de la equivocación una amistad con la familia, a partir de la admiración declarada de Federico por la obra de Enrique. 

Desde entonces visitaría y compartiría con la familia parte de su obra, donde concluiría una de sus piezas más conocidas: La zapatera prodigiosa.

En La Habana no solo quedaría registrada en los apuntes de Federico, Cienfuegos, Pinar del Río, Matanzas, Las Villas y Santiago de Cuba, a donde prometió ir en su poema: Son de negros en Cuba, contribuyeron al hechizo caribeño que sintió por un sitio donde vivió pleno en sus diferentes matices sociales y culturales.

¡Oh Cuba! ¡Oh ritmo de semillas secas!

Iré a Santiago.

¡Oh cintura caliente y gota de madera!

Iré a Santiago.

Escribiría sobre su futuro viaje a la oriental ciudad. A donde llegaría el 31 de mayo, para continuar con las conferencias dictadas anteriormente.

Más la España que llevaba adentro reclamaba al poeta y el 12 de junio fijó su regreso a Europa, en un vapor con escala en New York y Cádiz con destino final. Antes de abordar el barco, Federico confesaría que sus mejores días los dejaba en Cuba.

Lorca regresaría nuevamente a América pero su destino estuvo fijado en el sur. Argentina sería el país donde consagraría su obra y fama hispanoamericana. Lorca mantuvo la idea fija de volver a Cuba, pero su voluntad de regreso a cualquier sitio y útil vida fue truncada en 1936.

La guerra civil estalló en España y Federico se negó a salir de su país confiado en las personas a quienes siempre profesó fe. Lorca, a decir de Lezama lo mató la grosería y con un olivo a sus espaladas el 18 de agosto de 1936, la metralla ignorante acabó con la vida del alegre poeta y su cuerpo fue sepultado en un sitio sin nombre en la Granada que tanto amó.

Lorca como la esquirla más suave de una Granada donde yace anónimamente, es el poema de un viaje y cada sitio que visitó, Cuba entre ellos, aguarda su retorno esperando la sonrisa fija en el rostro del poeta. 

LLHM

 

1 Comentarios

  1. Maravilloso relato, eso de la "metralla ignorante" se repite en todo el mundo, y nos priva de hombres talentosos como Federico García Lorca...como Víctor Jara.

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