La década del 70' está considerada como la época dorada del futbol cubano, gracias a una generación de excelentes futbolistas entre los que destacaba Dalmau. Foto: Tomada de Internet |
Gregorio "Goyo" Dalmau (noviembre de 1939) desde niño y adolescente se debate entre dos pasiones: la pelota y el fútbol.
Tremenda dicha cuando fildea un roletazo entre tercera y short y luego saca en la inicial. No se queda rezagado en el sentir cuando su golazo vence al portero. Se ha ido formando el atleta en su Cerro natal, casi siempre por varios espacios colindantes al famoso estadio Latinoamericano cercano a su vivienda.
Observando se aprende y él es un gran observador: sabe asimilar y adaptar lo que absorbe de figuras legendarias de tanta presencia allí. Dentro del parque, es testigo del adiestramiento, de los encuentros y la labor de los instructores profesionales.
Dalmau crece junto a promesas como sus contemporáneos Andrés Ayón y Germán Águila y un muchachito que ilumina, Rey Vicente Anglada, entre otros.
Interviene en algunos torneos, viste el uniforme de la novena de la ruta cuatro. Lo hace bien, tanto que otros seleccionados lo llaman, pero el más universal de los deportes lo gana definitivamente.
“Lo que aprendí en el béisbol me ayudó mucho para el balompié”, me dijo hace pocos días.
Al no ser alto, comprendió que tenía más oportunidades en el reino de los goles. Veloz e inteligente, brilló en los juveniles. Pepín Cuervo lo preparó. Y ya en 1959, tuvo la oportunidad de integrar el equipo cubano a los Juegos Panamericanos de Chicago.
Una lesión le quebró el sueño. No se amilanó. Entrenó con más ímpetu. Luego asiste a los centrocaribes de Kingston, Jamaica, en 1962.
Fue el capitán del conjunto que obtuvo el bronce en San Juan 1966. Integrante de la Delegación de la Dignidad, vibra aún en sus recuerdos aquella hazaña que burló los obstáculos de los yanquis.
Dalmau recuerda que el comandante Armando Acosta, antes de partir desde Santiago de Cuba a borde del buque Cerro Pelado, le entregó una bandera cubana por ser el capitán de capitanes de la representación. Pudo devolvérsela al regresar, inmaculada, vencedora bastante más allá de lo atlético en aquella justa regional de 1966.
Con similar liderazgo compite en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Panamá 1970. El mediocampista destacó como ninguno durante la conquista de la presea dorada. En la República Popular de Corea lo habían pulido varios meses, hecho fundamental en su carrera.
Observando se aprende y él es un gran observador: sabe asimilar y adaptar lo que absorbe de figuras legendarias de tanta presencia allí. Dentro del parque, es testigo del adiestramiento, de los encuentros y la labor de los instructores profesionales.
Dalmau crece junto a promesas como sus contemporáneos Andrés Ayón y Germán Águila y un muchachito que ilumina, Rey Vicente Anglada, entre otros.
Interviene en algunos torneos, viste el uniforme de la novena de la ruta cuatro. Lo hace bien, tanto que otros seleccionados lo llaman, pero el más universal de los deportes lo gana definitivamente.
“Lo que aprendí en el béisbol me ayudó mucho para el balompié”, me dijo hace pocos días.
Al no ser alto, comprendió que tenía más oportunidades en el reino de los goles. Veloz e inteligente, brilló en los juveniles. Pepín Cuervo lo preparó. Y ya en 1959, tuvo la oportunidad de integrar el equipo cubano a los Juegos Panamericanos de Chicago.
Una lesión le quebró el sueño. No se amilanó. Entrenó con más ímpetu. Luego asiste a los centrocaribes de Kingston, Jamaica, en 1962.
Fue el capitán del conjunto que obtuvo el bronce en San Juan 1966. Integrante de la Delegación de la Dignidad, vibra aún en sus recuerdos aquella hazaña que burló los obstáculos de los yanquis.
Dalmau recuerda que el comandante Armando Acosta, antes de partir desde Santiago de Cuba a borde del buque Cerro Pelado, le entregó una bandera cubana por ser el capitán de capitanes de la representación. Pudo devolvérsela al regresar, inmaculada, vencedora bastante más allá de lo atlético en aquella justa regional de 1966.
Con similar liderazgo compite en los Juegos Centroamericanos y del Caribe de Panamá 1970. El mediocampista destacó como ninguno durante la conquista de la presea dorada. En la República Popular de Corea lo habían pulido varios meses, hecho fundamental en su carrera.
Los Juegos Centroamericanos de Panamá 1970, Santo Domingo 1974 y Medellín 1978 coronaron una generación sin precedentes en la historia del fútbol nacional. Foto: Tomada de Internet |
Después, deseaban que volviera a esa nación por bastante tiempo con vista a la fiesta continental de Cali 1971. La esposa había dado a luz recientemente. Habló claro: “Estoy entero. Me incorporó después a la selección. Pero ahora debo cuidar a mi mujer, a mi niña...”.
Él prefirió cumplir con su familia. No lo comprendieron. Quisieron convertir la propuesta en imposición. Después, el retiro, aunque tenía para dar más como jugador. Ejerció como entrenador desde entonces.
No se limitó a incrementar la calidad atlética de sus pupilos. Laboró por hacerlos mejores personas.
En cuanto Goyo comenzó a esculpir a los nuevos valores, danzaron más potentes en los recuerdos quienes lo forjaron. El ya referido Pepín. Enrique Mayolas, el húngaro Karoly Kocsa y el coreano Kim Yon Ha, quienes estuvieron al frente del combinado del país y lo guiaron a victorias. No olvida a los compatriotas de este instructor durante su estancia allá.
Tampoco soslaya el disfrute de las dos coronas alcanzadas con Industriales. Entrañable su amistad con José Francisco Reinoso, el mejor cancerbero de todos los tiempos en Cuba.
Culturalmente se preparó: licenciado en Cultura Física, al despedirse del deporte activo entrenó buen grupo de muchachos en la Escuela de Iniciación Deportiva habanera "Mártires de Babados" y en el Combinado "Ciro Frías", donde todavía continúa preparando a los muchachos que luchan por levantar el fútbol.
Fue también fundador del movimiento infanto juvenil Los Caribitos. Dalmau también tuvo que ver con el impulso del fútbol femenino.
A los 81 años, cumplidos el pasado 19 de noviembre, no ha perdido su enamoramiento con el fútbol “Le debo tanto, le debo casi todo. Hubo momentos amargos. Pero me ha dado tantas alegrías...”.
Él prefirió cumplir con su familia. No lo comprendieron. Quisieron convertir la propuesta en imposición. Después, el retiro, aunque tenía para dar más como jugador. Ejerció como entrenador desde entonces.
No se limitó a incrementar la calidad atlética de sus pupilos. Laboró por hacerlos mejores personas.
En cuanto Goyo comenzó a esculpir a los nuevos valores, danzaron más potentes en los recuerdos quienes lo forjaron. El ya referido Pepín. Enrique Mayolas, el húngaro Karoly Kocsa y el coreano Kim Yon Ha, quienes estuvieron al frente del combinado del país y lo guiaron a victorias. No olvida a los compatriotas de este instructor durante su estancia allá.
Tampoco soslaya el disfrute de las dos coronas alcanzadas con Industriales. Entrañable su amistad con José Francisco Reinoso, el mejor cancerbero de todos los tiempos en Cuba.
Culturalmente se preparó: licenciado en Cultura Física, al despedirse del deporte activo entrenó buen grupo de muchachos en la Escuela de Iniciación Deportiva habanera "Mártires de Babados" y en el Combinado "Ciro Frías", donde todavía continúa preparando a los muchachos que luchan por levantar el fútbol.
Fue también fundador del movimiento infanto juvenil Los Caribitos. Dalmau también tuvo que ver con el impulso del fútbol femenino.
A los 81 años, cumplidos el pasado 19 de noviembre, no ha perdido su enamoramiento con el fútbol “Le debo tanto, le debo casi todo. Hubo momentos amargos. Pero me ha dado tantas alegrías...”.