¿Cómo puedo callar mi corazón?

La rica historia del deporte olímpico no está exenta de hechos discriminatorios. Foto: Tomada de Internet
Por Víctor Joaquín Ortega

De una canción me atrae la siguiente frase: "¿Cómo puedo callar mi corazón?". Cuando veo que al entorno olímpico llegan algunos deportes elitistas, practicados por pocos, por adinerados mayormente, a mi mente vienen los golpes propinados a la cultura física por el racismo, la xenofobia y el machismo .

Personas interesadas tratan de ocultar esos males, los disfrazan, los endulzan. Cuando el gran pedagogo Pierre de Coubertin luchaba por rescatar el olimpismo, debió oponerse a conceptos como el enarbolado por el Amateur Athletic Club de Londres:

“Es amateur todo aquel caballero que no haya participado nunca en una prueba abierta, accesible a todos... que no sea obrero, artesano, ni jornalero”. Horror.

Abundaban leyes parecidas manchando a otros organismos deportivos. El remero John Kelly, estadounidense de origen irlandés, entonces propietario de un negocio de construcción, había sido trabajador de ese sector. Él era de los pocos galgos que alcanzaron la liebre en la carrera de la vida.

John Kelly fue uno de los remeros estadounidenses más exitosos en la historia de ese deporte. Foto: Tomada de Internet.
Con varios logros en aguas de Estados Unidos, quiere probarse en lides internacionales. En 1912 triunfa en un torneo holandés. Desea más y va hacia las Regatas Reales de Henley. Se inscribe por correo. 

Ya está en Inglaterra, indaga por qué no está en la lista de los aspirantes. Un funcionario le aclara: "Usted fue un trabajador manual y el reglamento no permite la inclusión en nuestras competencias de un obrero, un jornalero o un artesano: las regatas son solo para caballeros y usted no lo es”. Triste episodio.

Juegos Olímpicos de Amberes, en 1920. En skiff los entendidos y la prensa dan por triunfador a Sir. Jack Beresford. Su historial impresiona. Muchísimo más que un contrincante que porta una gorra sucia y con roturas. Es Kelly. Ambos al frente de la lucha. Al final, el gentleman es superado por el que usó su prenda de los tiempos proletarios 7.35 por 7.36 minutos. 

El monarca no se conforma. En dos pares de remos cortos, él y Paul Costello son invencibles. Para completar la satisfacción, le envía la gorra al rey Jorge V con una copia de la disposición que le impidió participar en el certamen británico. 

Cuatro años después, en la justa olímpica parisina de 1924, repite la alegría junto a Costello. Para hacer más pleno el desagravio, en Melbourne 1956, el hijo del mismo nombre, obtiene bronce en la especialidad individual, plata en dúo y ¡vence en las Regatas de Henley…! Tremendo desquite el de esa familia, que incluía además a la actriz Grace Kelly, princesa de Mónaco después.

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