Ángel García renace como atleta en Juantorena

Foto: EcuRed. 
Por: Víctor Joaquín Ortega
Antorchas en los ojos. Frente al televisor, Ángel García renace como atleta. Las manos apretadas mientras su compatriota Alberto Juantorena convierte la pista de Montreal en una fiesta para Cuba. 

Quienes mudaron a Juantorena del baloncesto al atletismo, brinquen de contentos. Doctor Álvarez Cambras, sonría satisfecho: tuvo razón en determinar la intervención quirúrgica que luego llevó a cabo. 
Gracias, Zigmut Zabierzowski, por su guía como entrenador: ha dado los toques importantes para que el discípulo entre a la historia.
Pero, volvamos a aquellas tardes de la gran victoria personal del hoy televidente, antes un corredor de valía. Tiempo hacia atrás. Llegan los recuerdos. Años cuarenta y pico, 50. 
Angelito, un muchachón que prueba fortuna en la La Habana con la amistad obligada y terrible del pico, la pala y el sol. Empleado de Obras Públicas, integra una cuadrilla que atiende los parques.
El Sol comiéndose las espaldas, los brazos, los rostros. Se poda aquí, se arregla un banco allá. Las horas pasan del brazo del cansancio.
Luego del fin de la labor, Ángel García suele no encontrar suficientes centavos para el ómnibus y, como ama el atletismo, va a pie hasta el estadio de La Tropical, en Marianao, o hasta el Parque Martí, en El Vedado, desde los parques de La Habana Vieja. 
En la instalación triplica su sudor fajado con la pista este corredor de 400 metros planos, quien también entrena para 100 y 200. Sueña con los triunfos al correr sin mucho programa científico, ni dieta especial alguna, si no le llamamos dieta especial al famoso “sube y baja” (café con leche y pan) que se disfraza de cena, conseguidos por el ahorro del pasaje o la generosidad de una mano amiga.
A pesar de tantas mordidas en contra, tiene sus logros. Ya lo es participar en competencias internacionales a costa de recursos propios, por cuestación popular, amistades, una firma comercial, con uniformes para desfilar…
Existe el milagro: medallas centroamericanas y  panamericanas, actuación en Juegos Olímpicos (48 y 52), con el no arribo a finales en estos. 
Lógico, el pan con guayaba no puede vencer al buen comer, el adiestramiento acientífico no puede imponerse. Se necesita ser un genio a lo Ramón Fonst o José Raúl Capablanca. En ocasiones, ni así. 
Y hombres de esa clase no aparecen todos los días. El deportista de Viñales tiene condiciones, mas la barrera de la etapa es demasiado dura. Tiempo, por favor, corra hasta donde lo necesito: año 1954. 
La Ciudad de México es sede de los Centrocaribes. Aquí ocurrirá... Mejor no se lo cuento de una sola vez para que lo saboree mejor. Ese sábado usted será testigo de una de esas triples jornadas.
Vamos hacia el estadio de La Tropical, en Marianao, (Playa hoy). Allí se realizarán las pruebas del campo y la pista con vista a los  cercanos IV Centroamericanos. 
Un momento, Angelito, aunque terminó su tarea, todavía no ha salido del parque de la Habana Vieja que le tocó: espera cobrar. Por cierto, será en grande: han prometido a los obreros que hoy liquidan las tres semanas que les adeudan. 
Buena falta hace a nuestro deportista: los bolsillos y el estómago casi vacíos; un cafecito y un par de galleticas dulces ha sido el desayuno-almuerzo gracias a la solidaridad de un compañero. ¡Plafff…! Roto el ensueño: no pagan. Con rabia mayor parte para su meta caminando.
Entra a la pista cuando están llamando a los competidores para la vuelta al óvalo. Se cambia en un rincón cercano. Los viejos pinchos sustituyen a los zapatos. Carrerita, estirar músculos A una especie de regaño de su entrenador: “Compadre, llegas tarde, apenas has podido calentar (…)”, corta seco: “Ya yo vengo bien caliente”.
El disparo. Arrancan. El gran caluroso triunfa y logra el tiempo requerido para actuar en la tierra de los aztecas. En las gradas, la boca cual melón al que han cortado buena tajada, completa la dicha cuando alguien le ofrece una malta. 
El líquido. El deleite. “¡Angelito se ha desmayado!”. No besa el suelo porque lo aguantan varios aficionados. Sentado, sudando demasiado, comienza a levantar. La frialdad invasora de pronto en aquel tubo digestivo hambreado noqueó al vencedor. 
Ciudad de México espera. En el aeropuerto, la delegación. El mencionado cuatrocentista porta un sombrero tipo campesino, y esto le causa un disgusto con la jefa de la delegación, la batistiana María Luisa Bonafonte. “Usted no puede llevar esa guajirada en la cabeza. No voy a permitir que denigre a nuestro país”. 
El criticado defiende con vehemencia ese símbolo de nuestro campesinado y su derecho a llevarlo sobre la cabeza. Sus compañeros lo apoyan. Triunfa.
Desfile. Palabras de apertura. Un coro de cinco mil estudiantes secundarios entona el Himno mexicano y el de la VII cita; será oficializado con posterioridad como el de los Juegos. 
La llama reina en el pebetero; el fuego fue traído desde el Cerro de la Estrella ritual mediante. Empiezan las competencias... Hacia la final de los 400 lisos. El nuestro se incluyó. 
Tiene de rivales al azteca Javier Souza, los puertorriqueños Frank Rivera y Ovidio Vargas y los jamaiquinos Louis Gooden y George Rodhen. Éste es el favorito: recordista mundial con 45.8 desde 1950, as olímpico en 1952 con 45.9.
¡Arrancan! Rhoden a la cabeza. No hay quien...  ¡En la recta final se acerca Angelito! ¡El trabajador de Obras Públicas se acerca! ¡El torturado por el sol, por los callos en las manos, por el hambre, se acerca!  ¡Y lo sobrepasa...! ¡Medalla de oro para Ángel García! Rodhen inclina la cabeza; llora. 

El cubano saluda al público, las manos en alto. Para la tierra natal con su carga preciosa al cuello; el corazón, grandes saltos; el rostro, sonrisa. La prensa comenta la hazaña, pero le da más relieve a un batazo de un pelotero de Grandes Ligas, al puñetazo de un púgil rentado, al raro romance de un tenista inglés. Tal vez en su centro de trabajo… El Ministerio de Obras Públicas... ¡lo deja cesante!   

En 1976, en el Aeropuerto de Rancho Boyeros. Recibimiento a los deportistas que representaron a Cuba en los Juegos Olímpicos efectuados en Montreal. Alberto  Juantorena en la escalerilla del avión; el cariño del pueblo se desborda. 

El bititular de los Juegos del 76 se funde en un abrazo con el Comandante en Jefe Fidel Castro, dirige la palabra a sus coterráneos. Fidel habla con los victoriosos y tiene frases de elogio para los que se batieron dignamente por serlo pese a que cayeron. Hay palabras de impulso en relación con la continuidad batallador en el entrenamiento y las contiendas.

Ángel García observa en su televisor la escena propia de un pueblo que es verdaderamente pueblo porque tiene conciencia de sí mismo; para los soldados del músculo hay amor… Sus ojos tienen el mismo brillo que los de Juantorena en el estrado de premiación, cuando el himno y la bandera cubanos vencían en el viento.

Ángel García nació en Viñales, Pinar del Río, el 19 de agosto de 1919, aunque fue inscrito en octubre, y murió el 25 de enero de 1996.

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