Montaje: Yelemny Estopiñán Rivero |
Autor: Víctor Joaquín Ortega
Sí, te debo una, Bienvenido Julián Gutiérrez, o te debo muchas... Bueno... yo sí lo recuerdo y es como una herida que no ha cicatrizado del todo y se abre de vez en cuando, sobre todo, si vienes a mi memoria. Y me pongo triste, me fajo contra lo peor de mí mismo: todavía me molesta al intentar salir…
Pasabas por mi cuadra regularmente, por Neptuno entre Marqués González y
Oquendo, barrio centrohabanero de Cayo Hueso. Hasta en una oportunidad, me
pediste que te cantara un pedazo de un bolero tuyo, después que lo golpeaste
con tu voz demasiado ronca para la bella letra que acababas de crear. “Yo ya no
puedo, mijo...”, comentaste.
Te complací. Contento, palmada en mi espalda y seguiste tu camino sin ligarte al silencio; al contrario, tarareabas. Arrastrabas los pies, te quitaste el viejo sombrero gris, no sé por qué lo miraste detenidamente, secaste el sudor de tu frente con el pañuelo y lo guardaste en el bolsillo trasero del pantalón -tan gastado como el saco- y de nuevo el cagua sobre tu testa, de donde el pelo había huido hacia bastante tiempo a trancos.
Crecí, y tus mataduras se agigantaron en tu físico, tu alma, tus trajes. Envejecido, seguías deambulando por mi barriada, muy cerca del trago y de la música, camarada fiel de la bohemia. Entonces... Fue por el 56 o el 57. Yo formaba parte del grupo líder de la flamante pandilla Los Vikings: malcriada, no siempre cruel, terrible a veces. Como contigo.
Luego de un montón de maldades, empezamos a tirar hollejos de naranja y bolas de papel mojado a los viajeros que se apretujaban en las guaguas. Al calor de una absurda emulación, agarré un paquete hecho con periódicos que contenía basura y esperé por el primer transeúnte...
Se acerca. ¡Es el señor del bolero aquel! No importa... Sea quien sea, lo voy a calimbar. Angelito -muy alejado del nombre-, varios años mayor que yo, me incita a gritarte lo que más tarde supe insulto y falacia contra ti. Obedezco: “¡Bienvenidolaclave...!” (Tres palabras juntas cual bofetada, más bien, contra tu corazón).
Te lanzo aquel bulto. Hasta el sombrero cae; el tan usado flus obtiene nuevas manchas. Y el olor, ¡Dios mío!, el olor... La banda se dispersa. Me mando a correr. Tú, detrás de mí en cuanto venciste la sorpresa, sin siquiera limpiarte la porquería que se te vino encima.
Corre que te corre. Pasan las cuadras y los minutos y, cuando te creo derrotado, te me apareces, lejos, un puntito pero con posibilidades de alcanzarme si me duermo. Acelero. Y tú, con tu pasito, ahí... A dos cuadras, a una cuadra...Tengo miedo, me agarra la desesperación… Si ese viejo me atrapa... Corto por un pasaje, salto una valla. Cerca del parque Maine, te me pierdo.
La vuelta a casa, a zancadas, por caminos no acostumbrados. Entro en ella silencioso, mirando para los lados y, ya en mi cuarto, imploro a todos los santos -y a los demonios- que no me hayas reconocido. Por suerte, jamás supiste que tu agresor había sido aquel cantante improvisado de la calle Neptuno. Con el tiempo, el olvido tapa aquella maldad y el gran susto sentido.
Volverte a ver
Conocí quién eras gracias a la televisión: trasmitían algún festival musical de los primeros años del triunfo verde olivo, y te presentan: Bienvenido Julián Gutiérrez ¡Ay, mi madre...! Oigo, indago, pregunto, leo sobre ti: compositor autodidacto de sones y guarachas, especialmente exitosos por los años 30, debido a la picardía y visión sobre la situación política del país. Hasta impuso dichos; Vive como Carmelina es una muestra.
Conocí quién eras gracias a la televisión: trasmitían algún festival musical de los primeros años del triunfo verde olivo, y te presentan: Bienvenido Julián Gutiérrez ¡Ay, mi madre...! Oigo, indago, pregunto, leo sobre ti: compositor autodidacto de sones y guarachas, especialmente exitosos por los años 30, debido a la picardía y visión sobre la situación política del país. Hasta impuso dichos; Vive como Carmelina es una muestra.
Supe
que tus temas amorosos no habían conseguido igual resultado. Ni cuando, por los
años 60, te grabaron un disco de larga duración con tus números más apasionados
en la voz de Miguelito Cuní. La cantidad tan limitada de la edición y la no
inclusión como debía ser en los programas radiales y de la pequeña pantalla
impidieron el avance hacia los primeros planos.
Con
Pablo Milanés sí. En 1980 realizó un trabajo a partir del son, apoyado por
músicos muy prestigiosos, Emiliano Salvador entre ellos, y rescató tu más
preciada joya: Convergencia. De
dicha labor, surgió la antológica interpretación por el dúo Cuní-Milanés que,
por encima de premios y loas publicadas, conquistó lo esencial: llegar a lo más
profundo de nuestro pueblo.
No pudiste disfrutar el triunfo; habías muerto como 10 años antes. Hoy, invadido de nostalgia y arrepentimiento, no me atrevo a interpretarla porque la heriría con esta voz tan ronca como la tuya la vez que me hiciste cantar un pedazo de un bolero creado por ti. Y llega a mi mente esa frase que ahora me encaja: “Ya yo no puedo, mijo...”
Convergencia
Texto: Bienvenido Julián Gutiérrez
Música: Marcelino Guerra (Rapindey)
No pudiste disfrutar el triunfo; habías muerto como 10 años antes. Hoy, invadido de nostalgia y arrepentimiento, no me atrevo a interpretarla porque la heriría con esta voz tan ronca como la tuya la vez que me hiciste cantar un pedazo de un bolero creado por ti. Y llega a mi mente esa frase que ahora me encaja: “Ya yo no puedo, mijo...”
Convergencia
Texto: Bienvenido Julián Gutiérrez
Música: Marcelino Guerra (Rapindey)
Aurora de rosa en amanecer,
nota
melosa que gimió el violín,
novelesco
insomnio do vivió el amor:
así
eres tú, mujer,
principio
y fin de la ilusión.
Así vas tú en mi corazón,
así
eres tú de inspiración.
Madero
de nave que naufragó,
piedra
rodando sobre sí misma,
alma
doliente vagando a solas,
de
playas olas así soy yo:
la
línea recta que convergió
porque
la tuya final pidió.
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