Recuérdenlo siempre

Foto: Cadena Agramonte
Autor: Víctor Joaquín Ortega

No lo olviden, ahora que nuestros hits son tan limpios como la aurora y los jabs están llenos de una pasión distante de las cadenas que destrozaron a Rigores, a Varona, al Tigre Blanco.


No lo olviden: saltamos más alto y con mayor longitud, la fuerza es superior, lanzamos bien lejos, las gacelas nos admiran y poseemos suficiente aire para resistir, más allá de las pistas, de las carreteras, los estadios. José Lezama Lima habló claro de las raíces de esta resistencia.

Ángel García, Rafael Fortún, Félix “El Andarín” Carvajal ya no son vencidos por zancadas terribles: la miseria, la soledad, la traición. Nuestros muertos son indoblegables: corren y vibran en otros muchachos tan ágiles como el ensueño, no se atan a trofeos y marcas y son ardientes defensores de todas las victorias: la libertad ocupa el lugar cimero del podio desde 1959.

No lo olviden: para que Roberto Villacián no tuviera que ser campeón luego de estibar y convertir el almacén en gimnasio, soga al techo, y una tonga de sacos como potro, hubo que transformar el ajedrez de la vida. Para que José Raúl Capablanca volviera, jinete implacable sobre caballos, torres y alfiles; para que Kid Chocolate, insigne poeta entre las cuerdas, nunca falleciera, se le dio jaque a los muros: penetraron, enlazados los brazos, los antiguos discriminados, mujeres y hombres, negros, blancos y mestizos, los antes lacerados por muy pobres.

Los eliminados de la historia construirían la propia historia, que es la patria erguida, batalladora. La cultura del músculo no podía quedar separada de tanto verso escrito por el pueblo ¡Pobre de aquél que no quiso recordar, ni luchar, ni sentir, vendió su patio y sus rosas y comenzó a tatuarse la muerte sobre el pecho!

No lo olviden: si Cuba se lanza a fondo con las armas de Ramón Fonst; si obliga a abanicar la brisa con Adolfo Luque y Martín Dihigo sobre la lomita; si el disco de Alejandrina continúa conquistando metros de campo y de nubes; si Cuba se alegra cotidianamente en parques y tabloncillos, plataformas y piscinas, se debe a la existencia de ases inmortales: Mella, Pablo, Rodolfo, Agostini, Machadito, Chiqui, Oroz, Quesada, José Ramón, Marcelo, Córdova Cardín…

Más seres humanos que atletas, más combatientes que escritores, más revolucionarios que médicos y amantes, entre flores, avenidas y mares, aun cabalgando sobre camas huracanadas, actuaron a la altura de los anhelos y, a pesar de bloqueos y derrumbes, siguen adelante renacidos en nosotros, en medio de un planeta náufrago.

Ni el templo olímpico escapa de los mercaderes, y tenemos que respirar su aire enrarecido: vuele el espíritu para que no nos llegue el fango y el polvo de los caminos. Prohibido tener el alma de tendero aunque las manos ordenen, cuenten, dominen los números, y las piernas no se separen de lo sólido. Jesús nos cederá el látigo en el preciso instante.

No lo olviden: nuestro deporte danza en la cima y nunca lo desgarrará la podredumbre. El amor mantiene el poder en esta Isla.

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