Autora: Teresa Valenzuela
Pasan los años y los recuerdos permanecen intactos. El tiempo no borrará jamás los hechos ocurridos. Al contrario cada vez están más enraizados en la memoria del pueblo. Estos fueron y serán siempre los heroicos sucesos de Playa Girón, ocurridos en abril de 1961.
A algunos de aquellos hombres los conocí mejor porque vivían en el barrio. El verbo en pasado denota que ya no están entre nosotros físicamente, sin embargo, permanecerá la fuerza de su ejemplo.
Uno de ellos fue Salvador Gregorio Rodríguez, quien dijo con orgullo al ser entrevistado: “Yo era uno de los artilleros antiaéreos del primer curso preparado en la base Granma, constituida por cinco baterías de cañones antiaéreos de 37 milímetros; otro que casi terminaba la instrucción, estaba integrado por ametralladoras antiaéreas 12,7 checas, las famosas cuatro bocas; las dos participamos en los combates”. Como una de las experiencias más importantes que tuvo en la vida, evocaba aquellos días.
“El día 17 recibimos muy contentos la orden de salida porque estábamos ansiosos por partir, aunque aún no sabíamos del lugar exacto de la invasión mercenaria; hicimos un trayecto hasta Matanzas, y allí fue donde conocíamos realmente lo que sucedía por la propia población que encontrábamos en el camino; luego en Jagüey Grande tuvimos una información más completa sobre el desembarco por Playa Girón y Playa Larga y los combates que se sucedían. Allí nos dieron la orden de continuar hacia el central Australia”.
Salvador especificaba en aquellos momentos: “de las baterías de cañones antiaéreos participaron dos en Playa Girón; una era la mía, que entró por el central Australia y la cuatro que lo hizo por el central Covadonga; también combatieron las baterías de ametralladoras cuatro bocas”, afirmaba con satisfacción.
Agregaba que en el trayecto del central Australia hasta Girón ocuparon varias posiciones y en cada una de éstas se realizaron acciones combativas contra la aviación enemiga.
Una anécdota que legó Salvador a las nuevas generaciones fue la siguiente: “En el traslado a nosotros se nos rompió el camión; éramos la cuarta pieza, y debido a la avería, ocupamos la última posición; ya era de noche y cuando nos dimos cuenta la batería iba delante y nosotros nos quedamos atrás; salimos rumbo a Playa Larga a buscarla, en la única carretera que existía.
“En el camino vimos a un grupo de personas que se acercaban, íbamos con las luces apagadas y sentados en el guardafango delantero del vehículo; pensamos que podía ser el enemigo y nos preparamos para combatir, sin embargo, por algo en específico que me resulta ahora difícil de describir, nos dimos cuenta que eran los compañeros nuestros; oímos una voz que nos emplazaba a que avanzáramos: avancen, acérquense, quiénes son ustedes -preguntaba-. Cuánto no sería el asombro al reconocer al Comandante en Jefe Fidel Castro. Le explicamos lo que sucedió con el transporte y dijo: Continúen que los están esperando muchachos. Y nos fuimos.
“Ese encuentro nos dio una clara visión de quien era Fidel; estaba allí con nosotros, arriesgando su propia vida; nadie es capaz de imaginarse la fuerza que eso produjo en nosotros como combatientes; después de lo ocurrido estábamos decididos mucho más a enfrentar cualquier cosa por grande que fuera, y a vencerla. Como sucedió”.
Quizás este trabajo, realizado al combatiente poco tiempo antes de fallecer, carezca de valores literarios, no obstante, su protagonista merece el más alto de los reconocimientos de su pueblo, ya que siendo un adolescente no le temblaron las manos a la hora de enfrentar a los mercenarios.
Ello me inspiró en la entrevista que le hice, que en una de sus partes afirma: “Se confunde por su sencillez y agradable trato con la gente de su comunidad, conocida como Micro X, en el capitalino reparto de Alamar, la Habana del Este; cinco décadas atrás, en abril de 1961, defendió valientemente el país de la agresión imperialista en Playa Girón para convertirse como otros más en un héroe eterno de la patria”.
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